martes, 30 de julio de 2013

Cerro Navia: Los 11 km2 más codiciados de la política chilena

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

El día que Luis Plaza asumió por primera vez la alcaldía de Cerro Navia (6/12/2008), era inevitable pensar que la entonces oposición, utilizaría esa oportunidad para sembrar allí las semillas que había guardado durante veinte años en el cajón. Semillas que germinarían el progreso, la justicia, la paz social, y que desterrarían la corrupción y los abusos, y bla blá. Sin embargo, los 11 kilómetros cuadrados en los que se emplaza la comuna, ese día multiplicaron por dos su condición de tierra fértil para la demagogia y el populismo; territorio donde la derecha al fin podría ensayar sus políticas públicas, sus dádivas, sus bonos, y bla blá. Todo lo que antes había visto hacer a otros, ahora podía hacerlo ella.

Por lo mismo, se esperaba que Renovación Nacional convirtiera ese municipio en un paradigma de buena gestión, el mejor ejemplo de las buenas prácticas, capaz de simbolizar la transparencia y el liderazgo de un municipio 2.0; una suerte de laboratorio de lo que planeaba hacer la Alianza en caso de que Sebastián Piñera llegara a La Moneda. La idea no era mala. El único problema es que esa idea era demagógica, como tantas cosas que se hacen en esa comuna desde su fundación en 1981.

A simple vista, la tarea era fácil: sólo había que dotar al nuevo alcalde de un equipo de buenos profesionales que se sumara a los ya existentes, sacar a uno que otro mal funcionario, o trasladar a los corrales municipales a algunos girardistas incondicionales, y la cosa era cortar y salar. En rigor, la cabeza que dirigió la municipalidad durante 14 años era la mala, no los funcionarios, por lo que esa entidad no requería grandes cambios para funcionar bien. Para la derecha, Cerro Navia era un pequeño Chile. Si el ex concejal, ahora como alcalde, lo hacía bien, miel sobre hojuelas. Lo siguiente era amplificar ese buen resultado a nivel país. Y a cobrar.

Ello hizo que muchos pensaran que Renovación Nacional, partido donde milita el acalde Luis Plaza, se instalaría con camas y petacas en la municipalidad, con el fin de evitar que éste, producto de su baja escolaridad, se viera involucrado en errores administrativos, o en desaciertos políticos. Se suponía que RN no dejaría pasar una oportunidad por la que había esperado desde 1992; la derecha estaba frente al desafío de demostrarle a la Concertación que podía hacerlo mejor que ella en una comuna pobre, y que contaba con las mejores personas para superar el reto. Pero, no fue así.

A poco andar, RN abandonó a su flamante alcalde, y de los supuestos apoyos especializados, nunca se supo. El propio Mario Desbordes, jefe de gabinete de Luis Plaza, renunció para asumir como secretario general de la directiva encabezada por Carlos Larraín, abandonando a su suerte al pobre alcalde, quien no tardó en hacerse acreedor de críticas y malas evaluaciones. Luis Plaza no tenía dedos para el piano, pero tampoco ha aprendido nada útil durante sus dos períodos al frente del municipio.

Tras su reelección en octubre de 2012, el municipio sigue siendo lo que siempre ha sido: el feudo del alcalde de turno, un edificio donde nadie tiene mucho más que hacer que no sea someterse a la voluntad del jefe.  ¿Y qué sucedió con la comuna? Nada, o muy poco. Los habitantes de Cerro Navia continúan esperando impávidos el cambio que tanto se les ha prometido desde 1981, cuando la comuna fue creada como un bolsón de pobreza.

Los 11 kilómetros cuadrados y los casi 134 mil habitantes que dan forma a Cerro Navia, son el locus y el alter ego del paroxismo electoral. Por alguna extraña razón, esa tierra ultra contaminada, ubicada al poniente de la capital (antigua Barrancas, sitio de la hermosa historia del hombre Juan y la niña Herminda), estigmatizada por su pobreza, despreciada por las inmobiliarias, proveedora de nanas y jardineros, se ha convertido en un baluarte de las buenas intensiones de un enjambre de políticos de diverso cuño; todos enamorados de la comuna, de sus habitantes, de sus postes donde instalan sus propagandas; declarantes de un amor incondicional que sin embargo no alcanza para vivir en ella; ninguno de ellos tiene a sus hijos en algún colegio de Cerro Navia, ni siquiera compran la comida para el perro en la comuna.

Es curioso cómo Cerro Navia siempre sale en la tele. O aparece como escenario de la crónica roja, o bien por los altos índices de polución. Sin embargo, su figuración mediática más esquizoide se la dan los políticos. Desde 2008 el maestro de ceremonias es Luis Plaza. A contar de entonces, y a propósito de nada, la comuna ha sido visitada muchas veces por el Presidente Piñera, por casi todos sus ministros, jefes de servicio, y sobre todo, por candidatos a algo. ¿Cuál es la razón? En Cerro Navia viven los electores más ingenuos de Chile. Su gente es buena; ahí a nadie le facturan las promesas incumplidas. Esto último es un valor agregado que los políticos atesoran como talismán.

Y en eso, Luis Plaza es un gran continuador de su antecesora –hoy diputada por el distrito. El alcalde hace lo mismo que ella y sus parientes: utiliza a Cerro Navia y sus habitantes como insumo de campañas políticas. Cualquiera puede ir a la comuna a prometer lo que quiera. Todos se sienten con derecho de ir a besar a sus mujeres y de abrazar a sus viejos y de acariciar a sus niños; los pobres son generosos y se conforman con muy poco, no piden más que salir en la tele, o alguna cajita de mercadería, o que alguien les pague la cuenta de la luz o el agua. No en cualquier lugar de Chile se pueden acometer barbaridades como en esa comuna; no en cualquier comuna una familia llega a tener al mismo tiempo concejales, alcaldes, diputados, senadores y candidatos en barbecho, como la familia Girardi.

Cerro Navia es el lugar emblemático del populismo del gobierno de turno, pero también, debido a su facilidad para sembrar en el viento, es el territorio más codiciado por quienes aspiran a ganar alguna elección. Ojalá alguno de sus habitantes lea esta columna, pese a que en el entorno del senador de la zona están convencidos que “la gente no se mete a internet”.  O sea, es ignorante. Tal convicción es su peor enemiga.


martes, 16 de julio de 2013

Matinales buitres II

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

Hace tan sólo cinco días los matinales de TVN y Canal 13 originaron una mediática polémica, luego de su torpe actuación frente a la trágica noticia que un oficial de Carabineros le entregó en vivo y en directo a un padre angustiado, en las faldas del cerro Manquehue. Este lunes, la tentación de golpear al otro, los hizo desplazarse a más de cien kilómetros al oeste de Vitacura. Ambos matinales se dieron cita en medio del barro y el llanto que dejó la rotura de una matriz de Esval en Valparaíso.

Qué duda cabe, ninguno de sus editores ni directores, aprendió la lección de la mañana del 10 de julio, ocasión en que cruzaron los límites de la ética, y avanzaron por la pantalla con la torpeza de un elefante dentro de una cristalería, mostrando en primer plano el terrible momento en que el padre recibía la confirmación del hallazgo del cuerpo de su hijo extraviado en la víspera. Horrible. Irrepetible. Eso pensamos, pero volvió a suceder. Les sucedió de nuevo.

De nada sirvieron las excusas y explicaciones tras el bochorno dadas por los responsables de los matinales, ni la treintena de reclamos al CNTV, ni la furia manifestada en las redes sociales. Ellos no aprenden. Es más, persisten en el “sin querer queriendo” del Chavo del 8.

La fallecida académica de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Santiago, Pamela Cantuarias Larrondo, solía decirnos que “en TV no existen imágenes inocentes”. Si esa mañana del 10 de julio en las salas de dirección de los matinales se vieron “sorprendidos” por la situación que ocurría frente a sus narices, y por la crudeza de la imagen que captaban sus cámaras, ¿por qué no bajaron el enlace en directo? No habría sido para nada extraño, de hecho, cuando una nota está “guateando”, la bajan sin asco, sin ninguna consideración por el televidente, ni por el entrevistado.

Pues bien, la mañana de este lunes 15 de julio –sí, a sólo cinco días del “manquehuaso”– los matinales buitres volvieron a pisar el palito. Y como lo que les sobra son recursos, ambos programas enviaron a sus noteros al epicentro de una nueva tragedia porteña. Allí estaban desde las ocho de la mañana, en vivo y en directo, disputándose los restos del desastre, el barro, los postes quebrados que atravesaron paredes, la carroña, lo que nadie quiere tener en su casa como recuerdo, como un pésimo y dramático recuerdo de un domingo.

El conductor de “Buenos días todos” no se quedó atrás en materia carroñera. “(Fue) un momento impresionante que nos ha cautivado a todos” dijo en referencia al instante captado por un particular, justo cuando estalla la matriz de agua y se desata el pánico en medio de la calle. El camarógrafo circunstancial graba el momento y grita para que las personas se alejen del lugar de donde el agua de Esval sale a borbotones, destruyendo parte del pavimento y amenazando dos casas. “Corran ctm, se está rompiendo la calle, salgan”, clama el hombre.

En otro momento “sublime” de la transmisión “conjunta” de los matinales buitres, el reportero de “Bienvenidos”, extasiado a más no poder, anuncia que tiene a su lado a una mujer que lo perdió todo, y que va a recorrer con ella los restos de la vivienda y sus enseres… pero ocurre algo inesperado –estos son los riesgos de transmitir en vivo y en directo– la mujer le informa en cámara que no puede mostrarle su casa porque “estoy comprometida con el Buenos días a todos”. ¿Le habrán pagado? Quién sabe. Ese guatón Correa es capaz de todo por una nota exclusiva. “Está bien”, responde resignado el notero, al tiempo que se abre camino arriba entre los escombros de la pobre mujer. Para el caso, no estaba ni ahí con ella. Ya encontrará alguna vieja llorona que no tenga exclusividad con la competencia y que esté dispuesta a llorar en cámara. Y lo consigue. Una señora le enseña su mano vendada producto de un corte en medio de la tragedia. Ella también lo perdió todo. Eso es lo que necesita el periodista matinal. Su director no le perdonaría estar en medio del río y no pescar una trucha. “Bienvenidos” penetra la privacidad de la anciana, hasta las fotos familiares salen en la tele. “Esta casa la compró mi padre, y luego mi marido; aquí se celebraron los matrimonios de mis hijos”, explica entre sollozos la mujer. Tonka y Polo Ramírez asienten desde Santiago como lloronas en velorio. Martín explica que él conoce la zona… ¿?... Está bueno el show para empezar la semana. ¿Cuánto estamos marcando? Sigue nomás, huevón. El GC del “Buenos…” anuncia PERDIERON TODAS SUS COSAS. A comerciales. “Bienvenidos” también se va a la tanda. Estamos marcando súper bien, ya volvemos con más dolor en vivo y en directo de esa ciudad fatalizada, que no sabe más que de tragedias. A bueno, también de borrachos y prostitutas, y de carnavales, y de basura. Y de ser la que tiene el peor alcalde de Chile.

La competencia por el rating es feroz. Ya van casi 40 minutos de transmisión a la par de ambos matinales, los otros canales ya se bajaron del tema. A Mega no le interesa el “aluvión”, y los otros están ocupados en sus leseras. “Buenos días a todos” y “Bienvenidos” no se dan tregua. Regresamos de comerciales. “Bienvenido” retoma la transmisión bajo un titular hiperbólico: “VALPO. ENTERRADO POR ROTURA DE MATRIZ”. Es una exageración. De seguro han visto demasiadas veces el vídeo de NatGeo donde Valparaíso se desploma. El noterorrecorreescombros mira a la cámara y junto a la señora vendada reflexiona: “Imagínese cómo debe haber tenido la adrenalina la señora, que no sintió el corte en la mano”. Y luego le pregunta: ¿tiene miedo que le entren a robar?... Estúpido. 8:56, “Bienvenidos” baja el contacto. A otra cosa mariposa. TVN regresó de comerciales con otro tema, ya no le interesa Valparaíso. No faltará su incendio guacho para regresar al Puerto.

¿Cómo hubiesen actuado el pasado 10 de julio Canal 13 y TVN, si el niño fallecido en el cerro Manquehue fuera hijo de Andrónico Luksic, o de Mauro Valdés, o si este lunes las casas arrasadas por el agua de Esval en Valparaíso, hubiesen pertenecido al dueño del ex canal católico, o al director ejecutivo de la señal estatal? De seguro, no con la misma torpeza ni la misma soltura con que invadieron la intimidad de los anónimos sufrientes. ¿La razón? La TV chilena siempre puede violentar la privacidad de los pobres, en cambio, la gente poderosa siempre tendrá derecho a su privacidad. Más aún, si el mismísimo Presidente de la República hace unos días atrás se tomó la licencia de exceder los límites de la privacidad de una menor de 11 años embarazada, refiriéndose en público a ella por su nombre, ¿qué puede esperarse de la televisora pública o de la privada? Nada. Ellas sólo copian los malos ejemplos de la autoridad. Las licencias aberrantes.

Entonces, ¿por qué tendría que extrañarnos que en los próximos días el Presidente Piñera visite a la niña en su miseria para llevarle el ajuar de su futuro hijo, y los matinales buitres estén allí para transmitir en vivo y en directo el parto? Merecemos otro Chile, el que tenemos, es asqueroso. 

domingo, 14 de julio de 2013

Matinales buitres

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

No han sido pocas las ocasiones en que la TV chilena ha hecho escarnio de quienes se ganan la vida ofreciendo servicios fúnebres en los alrededores de hospitales y clínicas. Desde luego, los medios siempre buscan impactar a sus audiencias, lo que no tiene nada de malo, salvo que para ello crucen el límite de lo permitido, cuestión regulada por la ética. ¿Cuál ética?

A través de sendos reportajes en el pasado nos enteramos de cómo los “buitres” (apelativo con el que se conoce a los empleados de funerarias) pululan en las cercanías de los centros hospitalarios; allí se mantienen al acecho, husmeando en los pasillos del nosocomio, esperan con paciencia hasta que perciben el primer cambio de semblante de los parientes afligidos, o escuchan el llanto desgarrador de la muerte en medio del corredor. Enseguida se acercan a los compungidos y abren su catálogo de ataúdes y carrozas, y logran que los deudos paguen el servicio final. Escena, por lo general, de carácter privado, y que la TV en alguna ocasión se encargó de visibilizarla.

La mañana del miércoles 10 de julio de 2013 (nunca olvidaré esa fecha), la triada televisión-muerte-buitres, resurgió desde las mazmorras de ese periodismo sensacionalista siempre dispuesto a cruzar los límites, y por desgracia tuvo a su disposición las cámaras de los matinales de TVN y Canal 13 para transmitir en vivo y en directo la noticia que un oficial de Carabineros le entregó a un padre desesperado: su hijo accidentado en la víspera, había sido encontrado muerto.

La “promesa” que Kramer hizo a los niños de contar con un perrito para que lo viesen morir en cámara, al fin se hizo realidad. Eso querían esos matinales desgraciados: ver morir a alguien en cámara, ojalá un ser humano, no un perrito, y luego a los parientes de la víctima desangrarse de dolor. Y lo consiguieron. En efecto, a sabiendas que la lógica indicaba que la desaparición en la tarde del día anterior de un joven de 17 años, en medio del Manquehue, terminaría con el hallazgo de su cuerpo, los matinales buitres desplazaron sus móviles hasta las cercanías del cerro, a esperar, igual que sus colegas funerarios, el cambio de semblante del padre angustiado, el dolor del desgarro. Y lo consiguieron.

Los reporteros de los matinales buitres estaban en su salsa, ufanos, henchidos de ese servilismo al jefe que los lanza cada día a la calle a buscar “historias humanas” que haga subir el rating. Allí estaban, a los pies del Manquehue, explicando en vivo y en directo, que el retiro del helicóptero de Carabineros que sobrevolaba el cerro, podía interpretarse en ese momento como una señal de algo malo, al tiempo que comentaban que a esa misma hora el pesimismo se hacía sentir en las redes sociales, respecto al destino del joven desaparecido. Era, a todas luces, una imperdible oportunidad de elevar el esquivo rating. 

No importaban ni la dignidad, ni la privacidad, ni el dolor de la familia del adolescente; lo único importante era que esa nota estaba marcando. Tanto subía el people meter, que incluso podrían haber ido a comerciales sin perder la atención de sus audiencias; la tensión, el morbo de las audiencias.

Hasta que se produjo el clímax. El reportero de Bienvenidos comentó que el arribo en esos instantes de dos vehículos policiales al lugar donde se encontraba el padre del joven a la espera de alguna noticia, era un mal presagio. “Allí viene el comandante, nos vamos a acercar”, dijo el periodista. Y se abalanzó sobre el oficial. “Comandante… qué novedades hay…”. A lo que éste respondió que primero iba a hablar con la familia, cuestión que sucedió en la escena siguiente. Un espectáculo deplorable que al fin la TV se dio el gustito de llevar hasta los hogares de millones de chilenos. En vivo y en directo.

Como padre y profesional no consigo imaginar cómo se vivía ese momento en la sala de dirección de los matinales buitres. No debe haber sido grato, pero el people meter es un indicador que tiraniza la realidad; la sublima. “Quédate ahí, no te muevas huevón, quiero al padre en primer plano cuando el paco le comunique que encontraron muerto al hijo, que grite de dolor, dame sus lágrimas… eso son 20 puntos de rating… Cambien el GC, ya lo encontraron, pongan MUERTO en vez de DESAPARECIDO, ¿cuánto estamos marcando?”. 
Tales deben haber sido las órdenes de Mauricio Correa, el mismo director del matinal de TVN que cada vez que su programa decae, no duda en sacarle el jugo a la figura del fallecido Felipe Camiroaga, y a Roberto Bruce, a quien tuve el privilegio de conocer en persona.

Una transmisión como la de la mañana del 10 de julio de 2013 no merece otro imaginario que el descrito; merece, qué duda cabe, el desprecio de quienes somos susceptibles de sufrir terribles pérdidas como la del padre del muchacho accidentado. Ahora les toca a las audiencias hacer escarnio de los buitres de la TV, de los editores, periodistas, directores de matinales, de esos matinales buitres. No obstante, ninguno de ellos renunciará. Nadie lo hará porque la ética y la moral son de tal laxitud que la infamia campea. Es, al cabo, la herencia de la dictadura cívico-militar que asoló este país, para la cual la vida humana valía lo mismo que la de una paloma.


La única que puso un poco de cordura en medio de ese caos informativo, fue una no periodista, la conductora Tonka Tomicic, quien pedía al aire que sacaran la cámara de encima del padre. Mientras su colega de TVN más tarde culparía a los carabineros por no darle la noticia en privado al padre. Al cabo, los matinales buitres perdieron. De nada sirvieron los puntos de rating. Ya nadie quiere esta TV basura, obtusa; miope.
Cristián Pino, Santa Isabel no te conoce

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

¿Estamos en la antesala de la violencia social desatada? Al parecer, sí. El pasado lunes, mientras reporteaba en las afueras del supermercado Santa Isabel de Maipú, el periodista Cristián Pino (Canal 13) fue sacado a golpes del lugar por un supuesto guardia del local, que resultó ser el propio gerente del establecimiento, identificado como Luis David Mena Henríquez.

A simple vista, la violencia chilena tiene –al menos– dos expresiones: la que de manera legítima e ilegítima ejerce el propio Estado, y la que “norma” la vida social, a manos de innúmeros salvajes. Si bien es cierto que antes de 1973 Chile ya era un país bastante violento, se volvió mucho más tras el golpe de Estado. A partir de entonces, la violencia se validó, y en gran medida, comenzó a verse con buenos ojos. Los crímenes ya no eran delito, eran actos de patriotismo. La vida humana se desvalorizó.

Para peor, en marzo de 1990 Chile dio inicio de manera consensuada a la tercera fase de la dictadura cívico-militar, la de la democracia-fascista, imperante hasta hoy, una simulación de democracia plena. Se dejaban atrás las dos primeras etapas –la fase terrorista del exterminio e imposición del modelo socioeconómico (1973-1980), y la del fascismo-democrático (1980-1990), una vez promulgada la Constitución portaliana de Pinochet, y cuando éste se creyó Presidente. Dentro del consenso alcanzado entre vencedores y vencidos del 73 y del 88, éstos estipularon en marzo de 1990 recurrir a la violencia sólo en caso necesario. Y así se ha hecho hasta hoy (ejercicios de enlace, acuartelamientos, matanza de mapuches, represión estudiantil y social, imposición de leyes abusivas, impunidad institucionalizada, protección de la gran propiedad privada).

La violencia actual es a cuentagotas, omnipresente, surge en cualquier lugar y momento, se viste de civil o de uniforme, incluso, de sotana; no conoce género ni clase social; es sostenida, sistemática, explícita en todo momento; cultural. Jamás es inofensiva ni inocua. No obstante, aún es posible agregarle otro ingrediente. La violencia chilena se arraiga en el más profundo sentido de la pertenencia. No de esa pertenencia entendida como el interés natural de sentirse parte de algo, sino de aquella paroxística, esquizoide,  donde unos pocos se saben dueño de todo, y que, incluso, tienen la convicción que las personas a su servicio también les pertenecen, para lo cual el propio sistema provee una herramienta ultra necesaria para sostenerse asimismo: la impunidad.

La agresión física sufrida por el periodista Cristián Pino, por parte del gerente del Santa Isabel, Luis David Mena Henríquez –mientras captaba imágenes con su celular del subterráneo inundado del referido local–, debe ser entendida en el contexto del sentido de pertenencia que le asiste al agresor, y a la del propio Horst Paulmann, dueño del retail Cencosud. Ambos entienden que, al no pertenecer a su feudo, el periodista puede y debe ser agredido, en la medida que unas imágenes de su boliche inundado, captadas desde el exterior, son leídas por ellos como una amenaza real, que puede dañar su prestigio.

Sin embargo, ni a Luis Mena Henríquez, como gerente del local, ni mucho menos a Horst Paulmann, como dueño de Santa Isabel, les preocupa la precaria situación en que se desenvuelven los niños embaladores que trabajan en su cadena. Ese abuso infantil no los violenta, como sí lo hacen las imágenes de su estacionamiento inundado; ninguno de los dos siente que su prestigio empresarial está en juego cuando sus cajeras son obligadas a cumplir extensas jornadas sin ir al baño, o cuando sus trabajadores son obligados a reetiquetar productos vencidos.

Paulmann y sus gerentes –así como otros tantos malos empresarios– actúan seguros en un sistema que los ampara, que les garantiza impunidad, y que relativiza la vida de los trabajadores, su dignidad y su trabajo. Ello hace comprensible la actitud contra el periodista Cristian Pino. Nuestra enclenque democracia es incapaz de garantizar el libre ejercicio del periodismo. Peor aún, no resiste presiones empresariales, ni tampoco puede preservar el uso de la fuerza a quienes corresponde ejercerla de manera legítima. Ésta, en su fase violenta, hoy está en manos de cualquiera que sienta que puede recurrir a ella, sin importar si es legítima u oportuna.  

La seguridad del sistema económico imperante en Chile radica en su origen. Él fue impuesto por un grupo de civiles que contó con la fuerza de las armas, de modo que en su esencia es antidemocrático, y tiende a identificar en el uso de la violencia su mejor autoprotección. El sistema no discute, impone; no transa, ejecuta.

Según su eslogan publicitario, ¿a quién conoce Santa Isabel? En rigor, Santa Isabel no conoce a nadie, más bien desconoce a su clientela. Cencosud reconoce a quienes legitima, no como sus clientes, sino como a aquellos que lo legitiman a él, es decir, a quienes por un lado se muestran dispuestos a ser abusados, y por otro, no tienen mayores inconvenientes en justificar los abusos cometidos por el retail contra más de 600 mil usuarios de una de sus tarjetas de crédito.


Al periodismo le asiste el deber de denunciar la violencia, cualquiera sea su origen y destinatario, cualquiera sea su justificación. Es repudiable e inaceptable la cobarde golpiza sufrida por el periodista Cristián Pino, quien más que ser agredido por un centinela del feudo, fue víctima de la cultura violentista utilizada para sustentar la gran propiedad. Como siempre, en este caso tampoco habrá culpables. Canal 13 tampoco los buscará, hay demasiado en juego como para meter bulla por un periodista golpeado. Nada que una licencia médica pagada por un “accidente laboral” no pueda subsanar. 
En Valparaíso está el centro social

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

Cuentan que una de las diversiones preferidas de los habitantes de Aracataca, el pueblo natal de Gabriel García Márquez, es reírse de los visitantes que llegan por esos lados preguntando dónde queda Macondo. “Es por ahí”, le señalan a alguno. “Ya se pasó, es más atrás, devuélvase”, le explican a otro. Es un cuento de nunca acabar porque Macondo sólo existe en la mente prolífica de Gabo. Algo similar ocurre cuando alguien llega preguntando a Valparaíso dónde queda la ciudad Patrimonio de la Humanidad. “Es por ahí”. “Eso en realidad corresponde al casco histórico, por allá, pasado la plaza Aníbal Pinto”. “Parece que esa cuestión es puro grupo”. “No sé”, y así hasta el aburrimiento y la desilusión absoluta.

En verdad el Valparaíso patrimonial, así como el de los cerros, no ha logrado trascender la declaración hecha por la UNESCO hace 10 años. Su abandono es tan evidente que es imposible no mencionarlo como señal de su destrucción. Si alguien imaginó que esa noble declaración iba a transformar a Valparaíso en un nuevo San Francisco con su respectivo Golden Gate, entre Playa Ancha y Caleta Abarca, o en una Venecia con góndolas y todo, o en una Roma con su Fontana de Trevi, fue sólo producto de su ilimitado amor por el Puerto.

Hace treinta años tuve ocasión de realizar un reportaje para UCVTV sobre el centenario de los ascensores de Valparaíso, titulado “Entre el cielo y el mar”. Para entonces yo era un joven estudiante en práctica en el antiguo canal 4, y se me asignó la tarea de producir ese material. Confieso que la idea me pareció harto menos entretenida que la cobertura que por esos días hacíamos de las “apariciones” de la Virgen en un cerro de Peñablanca, hasta donde habíamos sido atraídos igual que muchos otros, que juraban a pie juntillas haber visto a la madre de Dios, tal como aseguraba el ya fallecido Miguel Ángel Poblete.

A mediados de 1983 emprendí la búsqueda de los catorce ascensores que aún funcionaban en Valparaíso, desde el Barón hasta el Villaseca, a escasos metros del terrorífico cuartel Silva Palma, utilizado en la época de la dictadura cívico-militar como centro de detención y tortura por la Armada. En ese recorrido descubrí que mi ciudad natal era mucho más que una locación utilizada por el incipiente cine que se rodaba en aquellos años, era, por sobre todo, una ciudad de aromas, colores y sonidos irrepetibles, que tres décadas después, se mantienen incólumes, inmortales, inolvidables; un lugar donde el viento era protagonista, y donde yo era un volantín.

Valparaíso pudo ser la ciudad perfecta, lo tuvo todo para ser la mejor de Chile, pero unos cuantos irresponsables a cargo de ella, cada vez que pudieron evadieron sus obligaciones, miraron para el lado y al primer descuido se robaron todo lo que pudieron. Valparaíso todavía puede ser el mejor sitio del mundo para nacer, vivir, trabajar, estudiar, enamorarse, soñar, pero los irresponsables de siempre continúan oponiéndose a esos propósitos; a diario se esmeran en mantenerla sucia y pestilente. Nunca han entendido de qué se trata esa cuestión de Patrimonio de la Humanidad.

Valparaíso es tan vasto, generoso e inimaginable, que no cabe en un mapa ni en mente humana; supera con largueza la simple denominación de ciudad, de pueblo o comuna; es mucho más que un lugar cualquiera en el mapamundi, diseminado por ahí, desde Vancouver al Cabo de Hornos; desde Quito a Hong Kong. Para los porteños de cuna Valparaíso es nuestro Macondo inventado por sus miles de Gabos, un imaginario personal sobre el cual, sin proponérselo siquiera, la UNESCO lanzó una sentencia terminal.
La declaración de Patrimonio de la Humanidad, más que poner “en valor el patrimonio urbano de la ciudad”, ha desatado una correría de intereses particulares, que poco y nada tienen que ver con la conservación y dignidad de una ciudad de la calidad e importancia histórica y cultural de Valparaíso.

Sepan los que tienen la responsabilidad de cuidar, asear, proteger, embellecer, hacer crecer la ciudad de Valparaíso, que ella es un puñado de sentimientos que se lleva tatuado en el ventrículo izquierdo; es una manera de ser, una forma de vivir la vida al ritmo de un tango; es el viento invencible de Playa Ancha; es una conversa tinto en mano al calor de una fogata callejera, sobre los adoquines mojados, escuchando el chirrido de las ruedas de las carretas y las herraduras de los burros de carga; es un enjambre de gritos humanos y cantos de gaviotas y pájaros que vuela de mar a cerro; Valparaíso es la casa encumbrada en la punta de un cerro que huele a brasero humeante, a sopaipillas pasadas, a pescado frito, a bodega de licores y frutos secos; Valparaíso es el hábitat de la nostalgia, el espacio propicio de la cultura donde se forjó parte importante del saber de un pueblo entero, es sede de cuatro de las más importantes universidades tradicionales y de otras tantas privadas. Y sépalo señor Longueira, el verdadero centro social está en la plaza de la Victoria, porque “como tú no hay otra igual”.


Ena morada

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

Luego que este sábado La Tercera publicara en su suplemento El Semanal un extenso reportaje sobre los años de la senadora designada Ena Von Baer en La Araucanía, resulta inevitable hacerse la pregunta de si este tipo de relatos periodísticos son pagados por los interesados, o sólo obedecen a una buena praxis del periodismo escrito, que no pretende sino –se supone– informar a los lectores dominicales.

La autora del reportaje recorre cada uno de los lugares y detalles que marcan los veinte años de la ex ministra en la zona mapuche… Ena von Baer vivió hasta los 19 años en La Araucanía: cuatro años en Gorbea, el resto en Cajón. Vivía en el fundo familiar, iba a comunidades mapuches, fue a una escuela rural con niños que venían de allí, compartía con alemanes en Temuco que no entendían nada de eso. Se daba cuenta de los mundos distintos de la zona. Dice que no existía la violencia actual, pero ya se sentía la división”. Al cabo, una historia personal, privada, narrada desde las páginas siempre influyentes de un medio afín, que más bien parece un publirreportaje.

Coincidencia o no, lo cierto es que dos días antes de la referida publicación, la parlamentaria reemplazante de Pablo Longueira en Santiago Oriente, se anotó una estrepitosa derrota política, tras la renuncia de la modelo Carla Ochoa a su cargo de concejala por Peñalolén.

La modelo, quien fuera avalada en su postulación al municipio por el diputado UDI Gustavo Hasbún y por la propia Von Baer, se presentó en la oficina de la alcaldesa Carolina Leitao para comunicarle su renuncia al Concejo Municipal, poco antes de cumplir dos meses en el cargo. “He comprendido en estos cortos meses –explica Ochoa–, que la política hay que dejársela a los políticos y en este campo, tengo cero empatía y nulo interés por ella”.  

Queda claro que la muchacha es sincera. En menos de dos meses Ochoa comprende que está en el lugar equivocado y que ella es la persona inapropiada, y lo que es peor, confiesa su nula empatía e interés por la política, denunciando de paso que la dejaron sola, a la deriva en un Concejo en el que ella se siente ajena.

“Solo les pediría en estos momentos que entiendan mi decisión y comprendan que es difícil tener éxito en esta gestión cuando se es minoría en un Concejo Municipal, cuando no se tiene apoyo de ninguna índole, cuando no se cuenta con los medios para solucionar los problemas de la gente, cuando te ganas las antipatías por representar a una coalisión (sic) siendo Independiente políticamente, y cuando no te entienden que tus deseos han sido siempre ayudar sin mirar el color político de las personas”, asegura la ex novia del hermano del Presidente Piñera.

¿Cuál es la responsabilidad que le cabe a quienes patrocinaron la candidatura de una persona, cuya evidente falta de preparación para desempeñar un cargo de elección popular, era de público conocimiento? Es aquí donde se extraña la locuacidad de la ex vocera Ena von Bar, experta en echarle la culpa de todo a alguien. Es ella quien debiera ponerse morada de vergüenza frente a quienes en pocos días más saldrá a jugarse su permanencia en el Senado, al que llegó sólo por la circunstancia de haber reemplazado a Pablo Longueira, quien asumió como ministro de Economía. Pero, con toda seguridad, Ena no está disponible para asumir el error, en primer lugar porque no lo considera un error, y en segundo, porque, de haber uno, el responsable sería el diputado Gustavo Hasbún. Para Ena –para la UDI– los nombres no cuentan, lo que sirve es el relato de una historia entretenida que el populacho compre sin cuestionamientos. El fin ulterior de la derecha criolla no es el servicio público, sino el interés partidista.

Carla Ochoa bien podría representar el empecinamiento, la tozudez, la avidez, incluso, la codicia, con que la UDI pretende copar los espacios disponibles para ejercer el poder político. ¿Sabían en la UDI que Carla Ochoa no era más que un rostro televisivo? Por cierto que lo sabían. ¿Lo sabía la misma Ena? Por cierto que lo sabía. ¿En la UDI veían en ello una ventaja política? Claro que la vieron. De lo contrario, jamás la habrían avalado. En rigor, el botín es el cupo en el Concejo Municipal, sin importar quién lo ostente. Los partidos políticos –y en esto la UDI no está sola– apuestan por poner a uno de los suyos en esa avanzada de poder. Lo demás viene solo. También sucede en la Cámara de Diputados, donde personajes como René Alinco sobreviven sin pena ni gloria.

Morada debiera ponerse Ena cuando en los próximos días la gente le pregunte en los puerta a puerta por esa chiquilla que ella andaba presentando el año pasado por la comuna. Esa, la rubiecita que andaba con el Negro Piñera y después con Pato Laguna, esa pues, la Carlita, a la que le dimos el voto y antes de cumplir dos meses se aburrió y se fue, ¿se acuerda, Enita? Con certeza Ena tragará saliva y pondrá cara de circunstancia, y con la misma rigidez no dudará en sobar el hombro de alguna preguntona para pedirle que ponga un cartel de ella en su patio y que no olvide votar por ella en la primaria de la derecha, y no por Iván Moreira que también quiere ser senador por Santiago Oriente.

Lo triste es que la UDI no escatima en apoyar rostros faranduleros para hacerse del poder, como la ex conductora de televisión Andrea Molina. También apoya personajes con escasa instrucción, como la alcaldesa de Viña del Mar, una pinochetista “londinense” a la que se le cuestiona la obtención en tiempo record de su licencia de enseñanza media en una escuela de Colina, donde su colega Mario Olavarría le dio las facilidades para cursar desde 3º básico a 4º medio en una tarde. En fin, hay que reconocer que ella es hábil. Si no entiende lo que lee o firma, tiene un extraordinario equipo asesor que le hace muy bien la pega. Se sabe que ella reina, pero no gobierna.


Eso a la UDI no le preocupa, sí le interesa el poder, sin importar que para conquistarlo se valga de figuras apolíticas o fundamentalistas temerarios, porque una vez conquistado, todo se puede arreglar. A la pobre Carlita nadie le explicó que la pega no era para nada complicada, sólo tenía que asistir a las sesiones del Concejo y ser simpática con sus colegas. De lo demás, llámese negociaciones, maquinaciones, arreglos, etcétera, se encargaría el partido. Ahí falló la Ena, ella tenía que tranquilizar a la Carlita, darle su Armonyl para que aguantara en Peñalolén. Mal Ena, por eso, ponte morada.
Cambio 158 parlamentarios por un Ricarte

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

La creación de un fondo nacional de medicamentos fue la petición central que efectuó el periodista Ricarte Soto durante la marcha de los enfermos, que la mañana de este domingo reunió a unas 12 mil personas en el centro de la capital.

La actividad fue organizada por particulares, y a ella adhirieron miles de afectados por el alto precio de medicamentos y tratamientos, muchos de los cuales se encuentran en fases terminales de sus enfermedades.

El valor de la convocatoria efectuada por Ricarte Soto, no es otro que la paulatina toma de conciencia de la sociedad civil de que ha llegado el momento de tomar el control. Los chilenos ya no queremos más abusos contra nuestra salud. Por ello es importante no dejar pasar la oportunidad y manifestar nuestro decidido apoyo a un cambio real.

Chile requiere de nuevas leyes y nuevos instrumentos de participación ciudadana; basta ya de una legislación leonina y del no acceso a los espacios de discusión pública. En noviembre los chilenos tendremos una inmejorable oportunidad de renovar la TOTALIDAD de la Cámara de Diputados, y la MITAD del Senado, es decir, podemos despedir a 120 diputados y 19 senadores. Y en cuatro años más, podemos volver a cambiar a los 120 diputados y hacer lo mismo con la otra mitad del Senado.

Tanto la Concertación como la Alianza, han dado muestras inequívocas de no querer hacer esos cambios; a ninguna de ellas les interesa introducir modificaciones estructurales. Está claro que ambas se benefician del sistema de representación, y que en virtud de ello, no están interesadas en hacer cambio alguno.

No sólo los enfermos se ven afectados por los altos costos de la salud, también sus familias que puede perder todo a manos de una grave enfermedad.

No olvidemos que este 17 de noviembre es la gran oportunidad de deshacerse de 120 diputados y 19 senadores. Pensemos en gente como Ricarte Soto, que no teniendo más recursos que su condición de panelista de TV, ha logrado sacar a la calle a miles de enfermos y sus familiares, a exigir que el Estado se haga cargo de sus males, y que los empleadores y los trabajadores ayuden a la formación de un fondo solidario de medicamentos.

Esa idea, tan obvia, simple y necesaria, créame señor lector, no se la he escuchado a ningún parlamentario en estos 23 años de “democracia”.