viernes, 31 de agosto de 2012


El Mowag de Allamand

Patricio Araya


Tras la última encuesta CEP (julio-agosto 2012), donde figuran algunos ministros como presidenciables 2013, hay quienes esperan que el Presidente Sebastián Piñera los saque lo antes posible de su gabinete, ello debido a que estos funcionarios públicos estarían utilizando sus cargos como plataforma política.

En esta afirmación bien podría haber una doble verdad. Por un lado, aunque el Presidente de la República siempre tiene la facultad de hacer los cambios en su gabinete, las presiones políticas suelen surtir efectos en casos como este; y por otro, la figuración alcanzada por los ministros Golborne, Allamand y Longueira, aunque se explica por su sola condición de servidores públicos, también genera sospechas de estar aprovechando sus carteras para proyecciones personales.

Esto no es malo ni bueno; tampoco es nuevo. Es no más. Todos los que han tenido la oportunidad la han aprovechado. El ministro de Obras Públicas Laurence Golborne, es un buen ejemplo. Cuando en agosto de 2010 ocurrió el derrumbe en la mina San José, los chilenos apenas sabían pronunciar el nombre y el apellido del entonces ministro de Minería, que a contar de ese momento comenzó a aparecer a diario en todos los medios de comunicación. Todo lo que vino después es conocido. Golborne aprovechó al máximo la exposición mediática. Y el negocio le ha dado resultados positivos: es el segundo en la carrera presidencial, tras Michelle Bachelet.

Y en eso el titular del MOP es bastante inteligente. Por un lado, se desentiende de ciertos errores ministeriales –como la cesión de derechos de agua en favor de una subsidiaria de Colbún en Putaendo, que perjudica los regantes de la zona–, y por otro, independiente de su origen trágico, capitaliza la operación de rescate de los 33 mineros, en tanto ésta posee esa épica que condimenta los liderazgos sociales: exitismo y llanto abundante. El electorado se conmueve por ese tipo de acontecimientos. El pueblo siempre necesitará de héroes. Y si éstos no nacen en el campo de batalla, la televisión los maquilará con la misma épica del Espartaco de Kirk Douglas.

Quien de seguro se encuentra empoderado de esta idea, es el ministro de Defensa Andrés Allamand. El ex senador RN sabe que para llegar a competir con Bachelet –o con el candidato que represente a la Concertación en la presidencial de 2013–, primero tiene que derrotar a su colega de gabinete, para lo cual necesita algo más que una historia política. Si con ello bastara, él mismo ya le habría pedido su baja al Presidente.

La política actual se ha transformado en una actividad más propia del mercado que de lo público, en consecuencia, los políticos no buscan convencer a sus electores con grandes proyectos ni ideas, ellos apuestan más a la persuasión, al encantamiento. Vivimos en una sociedad visual. Un ejemplo es la eclosión de Michelle Bachelet en la escena pública, la que no tiene que ver con la instalación de un discurso suyo que se recuerde; por el contrario, ella irrumpe en los medios de comunicación montada en un tanque militar.
La imagen de la entonces ministra de Defensa, recorriendo las calles de la capital durante los temporales sobre un Mowag del Ejército, impactó a la ciudadanía. A contar de ese minuto, la ministra no tuvo más que esperar que su jefe, el Presidente Ricardo Lagos, la dejara en libertad de acción para enfilar hacia La Moneda.

Golborne está tranquilo, él ya tiene su Mowag. La tragedia de los 33 mineros lo catapultó como “figura política” sin serlo, e independiente de sus desaciertos administrativos, como el mencionado en Putaendo. Por su parte, Andrés Allamand es un político con historia; desde su juventud ha participado en política, ha sido parlamentario, y aunque hoy es ministro de una cartera estratégica, se las ingenia para aparecer en la prensa mucho más que sus antecesores. No obstante, aún no logra superar la popularidad del ministro de Obras Públicas. ¿Acaso Allamand necesita su Mowag para dispararse en las encuestas, tal como lo hizo Bachelet?

Al parecer, una desgracia se está transformando en el Mowag de Allamand. Este domingo 2 de septiembre se cumple un año del accidente aéreo que le costó la vida a 21 personas en las costas de Juan Fernández. Con o sin intensión, el ministro de Defensa ha propiciado un viaje al dolor. Una travesía innecesaria, pero mediática, en la que él se involucra a título personal como cuñado de una de las víctimas, y como ministro de Defensa, y lo hace a bordo de un buque de la Armada, el Sargento Aldea, en el que también viajan familiares de los fallecidos.

Cabe preguntarse si Andrés Allamand necesita este Mowag con forma de buque de guerra para entrar en el corazón de los votantes, y persuadirlos con el dramatismo de una tragedia; y también preguntarse si a su regreso Piñera lo dejará partir, o dependiendo de los resultados del viaje, tal vez espere la Parada Militar para que agarre un poco más de pantalla a bordo de un jeep en el Parque O’Higgins. Lo cierto es que la permanencia de los ministros-candidatos está hartando a mucha gente, incluso al diputado ex RN Gaspar Rivas, quien llama a “parar la chacota” exigiendo la renuncia de Allamand y Golborne.

Lo peor está por venir: este domingo 2 de septiembre la televisión reventará el rating de la muerte, haciendo caso omiso del dolor de los familiares de las víctimas, y hará, como es de esperar, lo mismo con el respeto que se le debe a las propias víctimas.

Raquel atrapa los millones

Patricio Araya

La decisión de los ejecutivos de TVN de pagarle 250 millones de pesos a Raquel Argandoña, para que ésta les cuente su vida privada a los televidentes, en realidad, no debería generar ni la más mínima polémica, ni mucho menos, sorprender a alguien. Es más, dicha determinación debe ser analizada y entendida en el marco de la lógica mercantilista que guía los destinos de la red estatal, donde en no pocas ocasiones, los auspiciadores acaban tomando decisiones editoriales. En buen chileno, el que pone la plata, pone la música.

Tras conocerse la noticia de que la ex lectora de “60 Minutos”, ya había comenzado las grabaciones de su reality show, en las redes sociales se desató una serie de comentarios adversos. El denominador común de todos ellos, es el cuestionamiento moral que se hace de ella misma y de la situación en general, motivado por dos aspectos fundamentales.

Primero, la calidad humana de una persona como Argandoña, quien por el solo hecho de haber sido un rostro emblemático de la dictadura –con toda la carga negativa que ello implica–, a estas alturas del proceso de restauración democrática del país, ya no debería ser propuesta por la televisión como modelo de nada positivo a emular; segundo, la abultada suma de dinero que recibirá, en especial, cuando han pasado pocos días de una estéril discusión en torno al salario mínimo –el que aún no logra superar la barrera de los 200 mil pesos–, genera una odiosidad evitable.

Más allá de las consideraciones morales de tan millonario contrato, lo que preocupa es la prontitud y simpleza con que TVN zanjó el incidente protagonizado hace un par de semanas por su “figura” con la periodista Daniela Aliste, a quien agredió a golpes en el aeropuerto.

En respuesta al emplazamiento realizado por el presidente del Colegio de Periodistas, el director ejecutivo del canal público, Mauro Valdés, se limitó a responder que "TVN no defiende ni apoya ninguna actuación violenta y que, respecto de los planteamientos de la señora Argandoña vertidos en el programa (Buenos días a todos), el director de Programación de este canal, en reunión con ella, le manifestó la improcedencia de su accionar”.

Prontitud y simpleza para resolver una situación de extrema gravedad que asusta. En países civilizados esta agresión habría significado la desvinculación inmediata de la agresora y la reparación moral y material de la víctima. En Chile las cosas se resuelven de otra manera. Por un lado, se sumerge a la víctima en un mar oscuro para que desaparezca de la controversia, y luego, con la vedada amenaza de evitar buscarse más problemas, se la presiona para que no ejerza acciones legales; y por otro, se fortalece a la victimaria revitalizando su protagonismo avasallador, premiándola con una cantidad insultante de millones.

En medio de la polémica, por estos días, la propia “figura” de TVN le echó más leña a la hoguera, mostrándose en público ataviada con una piel de zorro, provocando la molestia de grupos defensores de la vida animal. Su respuesta –igual de descarada que la dada frente a la agresión a Daniela Aliste– fue que ella poseía esa piel hace más de treinta años, como si entonces la matanza de animales con fines estéticos no fuera igual de cruel que hoy. Es decir, la panelista de farándula carece del más mínimo sentido común. Para ella es normal agredir a una joven reportera y lucir una piel natural. Desde luego, no se hace problemas.

Tal es la fortaleza moral de una ex servidora de la dictadura. Pero, seamos “justos”. Ella no es la única. En Chile sobran ejemplos de personas similares, que van convencidas por la vida que actúan dentro de una normalidad aberrante, de una distorsión de la realidad, donde lo principal se vuelve accesorio, y lo accesorio cobra importancia relevante. Para personajes de este calado, la vida vale poco y nada, y el respeto y la dignidad de personas y animales tienen un peso demasiado liviano, fútil. Lo único significativo para ellas es el dinero. Arma letal que las avala para sentirse superiores e impunes. El directorio de TVN, al permitir poner en pantalla la intimidad de una persona que suscita tanta controversia pública, acaba de perder una gran oportunidad para dar un golpe de timón en materia de respeto a los derechos humanos.

En verdad, la vida particular de un rostro del pasado no debería importarle a nadie. Sin embargo, “el canal de todos los chilenos” transforma este accesorio prescindible en insumo necesario de entretención para seguir acrecentando “la cultura que todos queremos ver”, cuando en el fondo del asunto, lo que se está haciendo es elaborar un producto de dudosa calidad, un bodrio, cuyo destino es la pantalla de muchos chilenos que, por desgracia, son obligados a tragarse una televisión simplona, sólo orientada a la obnubilación disfrazada de entretención. Sólo falta que nuestra poco creativa televisión instale cámaras en Punta Peuco para que veamos el día a día de algunos reclusos.

La ex miss Fisa 1975 representa el paroxismo de un relato anacrónico que produce náuseas e insulta la más elemental inteligencia humana. Ojalá los ejecutivos de TVN pusieran un poco más de cuidado en la elaboración de sus contenidos, y precaver ciertos conflictos que en nada contribuyen a la buena convivencia de los chilenos. Eso, siempre y cuando, las leyes del mercado lo permitan.

miércoles, 15 de agosto de 2012


Valor en juego

Patricio Araya

El acuerdo –acercamiento, conversación, según los más escépticos– anunciado por los presidentes de la Democracia Cristiana y Renovación Nacional a principios de 2012, “es una propuesta conjunta para reformar el sistema electoral binominal y avanzar en un nuevo régimen político que reemplace al presidencial”. Eso en lo declarativo. En el fondo, el pacto equivale a torpedear la línea de flotación de la alianza gubernamental, pues, en términos doctrinarios, lesiona las relaciones entre sus dos partidos.

En efecto, el socio de RN, la Unión Demócrata Independiente, no se siente interpretada con eso de “reformar el binominal”, ni mucho menos en lo referente al “cambio de régimen político”. En el gremialismo no están por hacerle cambios a una receta que ha demostrado ser deliciosa y económica. Y en eso la UDI es consecuente y disciplinada. El partido fundado por Jaime Guzmán se mantiene fiel a las enseñanzas y al legado de su máxima figura. Guzmán aseguró a toda costa la representatividad de su sector, perfeccionando en la Constitución de 1980 un sistema que le garantizara presencia e incidencia ad eternum en el gobierno de la nación, independiente de los apoyos reales.

Cuando Guzmán se acercó a Pinochet, lo hizo empoderado de su innegable capacidad intelectual. Los militares tenían la fuerza, él tenía el poder. Guzmán fue el primero en percibir ese hándicap favorable, que a la larga marcaría notables diferencias en pro de sus ideas políticas, de su proyecto de una nueva sociedad. El líder gremialista –ya en su rol de ideólogo de la Constitución del 80– convenció a sus seguidores de entonces de tres ideas fundantes. Primero, los militares son tontos, no saben gobernar; segundo, nosotros somos los iluminados que haremos la revolución que necesita este país; y tercero, hay que cambiarle la mentalidad al “roterío”.

Tres décadas después es posible comprobar que el fallecido senador tenía razón. Primero, ellos entraron al gobierno militar inoculándolo con su conservadurismo (católico), para luego darle un carácter mesiánico, patriotero, represivo, y sobre todo, franquearon la implantación de un sistema económico y político a su medida. Lo inteligente es que tras la dictadura no hay ningún civil preso. Todos los colaboradores de Pinochet que no usaban casco salvaron, incluso, algunos llegaron a ser parlamentarios de la nueva democracia; segundo, en Chile en efecto hubo una revolución, no social, sino económica. Su cara más visible es el debilitado Estado que hoy tenemos: empobrecido y sin mayores facultades regulatorias, cuyas principales empresas terminaron en manos privadas; en tercer lugar, el cambio de mentalidad experimentado por los chilenos –desde el “cuiquerío” hasta el “roterío”– es evidente: hoy existe una gran devoción por el consumo y el individualismo, y una enorme displicencia con la disconformidad. Un país con escasa masa crítica, y con una sorprendente habilidad para desarticularla. Este es el modelo de país que propicia la UDI. Por ellos, aquí nada debería cambiar, ni una sola coma de la Constitución de Pinochet. Esta es una convicción transversal que va desde el extremo más izquierdo del espectro político, hasta el propio partido con que la UDI cogobierna.

¿Acaso esta es la razón de RN para acercarse al PDC en busca de un acuerdo para cambiar el binominal, y establecer un nuevo sistema de gobierno de unidad nacional, que legitime la política? Es probable. Sobre todo en medio de la realidad paradójica que hoy vive Chile con un crecimiento interior –de impacto precario sobre la mayoría de los chilenos–, y en el contexto de una crisis externa que amenaza con golpearnos. La idea de un acuerdo de gobernabilidad cobra fuerza si lo que se pretende es precaver la ingobernabilidad en la que están cayendo los países de la Europa el sur.

Los cambios políticos que requiere Chile hay que hacerlos ahora. Ya no es posible que un representante de la banca pueda mirar por encima del hombro a la gente de la calle –léase cotizantes de las AFP, gente “común y corriente” sin ninguna posibilidad de decidir sobre el destino de las inversiones realizadas con sus fondos– y pretender sacarla de la discusión como si fueran espantapájaros. No prever la inminente realidad de ingobernabilidad que podría afectarnos a causa del inmovilismo político, haciendo caso omiso de la impronta de los movimientos sociales, es una apuesta demasiado arriesgada; es una osadía irresponsable.

Los politólogos sostienen que si el PS y la Derecha son imprescindibles para la política chilena, el PDC representa el consenso. Pero, veamos. RN está casado con la UDI, y la DC lo está con el Partido Socialista (y con otros dos partidos más). Cualquier atisbo de convivencia con fines procreativos entre RN y la DC, tendría que pasar por ese espacio donde las posturas rígidas se flexibilizan, y por ciertos momentos que lo propicien.

Hoy el PDC está en condiciones de asumir su papel de amigo común de RN y el PS, en especial, si lo hace desde la perspectiva de una elección presidencial y parlamentaria ad portas. Tanto RN como el PS primero deberían hacerse cargo de neutralizar –controlar– a sus socios para poder darle curso al acuerdo de una nueva gobernabilidad. RN debería moderar la inflexibilidad de la UDI –incluso, aislarla, según el deseo de muchos–, y el PS debería controlar la dispersión de sus dos aliados menores, el PPD (más a la izquierda de la oposición), y el PRSD, partido con aspiración presidencial propia.

En la Concertación valoran a RN como un actor necesario; también reconocen su faceta liberal. En cambio, a la UDI la perciben como intransigente y partidaria del statu quo. Lo anterior le otorga un valor agregado a la calidad de amigo común que posee el PDC. Los falangistas tienen muy buenas relaciones con amplios sectores de RN y del PS.

Si Bachelet opta por quedarse en la ONU –cuestión aún no descartada en las filas opositoras–, la Concertación igual requerirá un nombre para poner en la plantilla. Es allí donde surgen los candidatos tapados. Tal vez los verdaderos candidatos –no esa lista de pre candidatos que despierta la atención de la prensa. El ex presidente Ricardo Lagos es uno de ellos. Pero él no es democratacristiano, no es el “amigo común” que deje contentos a moros y cristianos que buscan ponerse de acuerdo para hacer los cambios necesarios. Los candidatos presidenciales para 2014, o serán de RN (Allamand, tal vez), o de la DC. Un militante de ésta última podría ser el puente que una a quienes desde la Concertación y el lado más liberal de la Alianza (RN), están por modificar la rígida estructura política existente que favorece la inequidad social, que de mantenerse tal como está, podría llevar a Chile por el camino de España.

Las encuestas aseguran que una mujer opositora gobernará el país a contar de marzo de 2014. Frente a ese escenario, cabe preguntarse por qué la senadora Soledad Alvear no podría ser “la” carta de consenso (acuerdo RN-DC) para salvar el escollo que representa la UDI para RN a la hora de cambiar el binominal, y a la vez, contener las aspiraciones parlamentarias del Partido Comunista, asunto que tensiona las relaciones del PDC con sus socios concertacionistas. Por lo demás, Alvear (ex ministra y actual senadora por Santiago Oriente) está casada con uno de los genios de la baraja.

martes, 31 de julio de 2012


Racadura

Patricio Araya

Según, emol.com “la prensa de farándula ya está advertida: Raquel Argandoña arremeterá en contra de todos los reporteros que le pregunten por la tensa relación que tiene con su hijo menor, Hernán”. La violenta reacción de la “figura de TVN” (en palabras del medio on line), en verdad no debería sorprendernos. En los tiempos que corren, agredir a un periodista ya es pan de cada día. Muchos colegas mueren a diario a manos del narcotráfico, o de otras organizaciones criminales, incluso por encargo de ciertos pelafustanes que presumen de poderosos.

Los medios que reportean farándula han dado amplia cobertura al incidente protagonizado el fin de semana pasado por la ex lectora de noticias durante la dictadura y una periodista en el aeropuerto. Todo se habría originado cuando una reportera de La Red quiso conocer de labios de la propia Argandoña, su opinión respecto a una acusación que le habría hecho su hijo en Twitter, afirmando que ella era una “mamá para la foto”. La respuesta de la panelista de “Buenos días a todos” no se hizo esperar, quien se lanzó contra el cuello de la joven reportera.

Luego, en su programa de TVN –más calmada, se supone– la aludida fue más allá: "Al que hable de mis hijos le voy a pegar, porque me pongo en el rol de mamá, les guste o no, y al que no le guste, demándeme".

¿Podríamos esperar algo diferente de una persona como Raquel Argandoña? ¿Quién sabe? Argandoña está cubierta por ese manto de impunidad bajo el cual también se cobijan otros siniestros personajes que campeaban en la televisión de la dictadura. Ella, como tantos otros que contaban con el beneplácito del sistema, fue lectora de noticias de “60 Minutos”, el noticiero de Televisión Nacional de Chile encargado de desinformar a los chilenos durante esos años horrendos de nuestra historia.

Época en que para leer noticias en televisión no era necesario ser periodista, a veces sólo bastaba una buena dicción y un rostro “televisivo”; pero la mayor de las veces aquello era apenas una parte de la performance frente a la cámara. Lo principal era la convicción. Por cierto, no cualquier convicción. Sin duda, se trataba de una muy especial, cuya principal característica era la desvergüenza.

Los lectores de noticias de esos años, entre los cuales se hallaba Raquel, eran, por sobre todo, unos caraduras. A ellos no les incomodaba su servilismo. No tenían escrúpulos en hacerse parte de un relato acomodaticio a los intereses de sus señores. Con la misma soltura de cuerpo con que daban cuenta de inauguraciones de jardines infantiles y centros de madres, a cargo de las primeras damas de la dictadura, profesaban su solapado odio a los opositores, a los derrotados. Ni pensar que de sus bocas pudiera emanar la lectura de algún recurso de amparo acogido en favor de algún detenido desaparecido. Argandoña y sus secuaces daban rienda suelta a informar sobre “enfrentamientos” entre las fuerzas de seguridad y “los extremistas”. El país les pertenecía, sus voces eran sagradas e irrefutables.

La señora Argandoña, quien hoy se esfuerza por parecer de otra clase, para lo cual utiliza un modo de hablar como si tuviera una papa caliente en la boca, aparte de verse como una nueva rica patética, también olvida sus orígenes en una villa de clase media de Ñuñoa. Sus comentarios suelen estar teñidos por ese arribismo típico de quien pretende ser diferente, de quien anhela disponer de una página inmaculada para escribir una historia distinta a la que ha vivido. Pero, por más esfuerzo que haga, siempre aflora en ella su falta de preparación académica, y su consecuente desprecio por la educación de los otros.

Su permanente falta de argumentos, su exiguo aporte a la construcción de ideas, su pasado mediático al servicio de una dictadura, su endémica violencia como método para resolver todo aquello que la desborda, al cabo, se convierten en los perversos ingredientes que dan forma a un lamentable engendro que los chilenos de hoy ya no estamos dispuestos a seguir tolerando en pantalla.

Por suerte, cuando mi nieta de cinco meses se vea enfrentada en su futuro a una pantalla de televisión, con toda certeza, espero, esta señora ya se haya retirado a sus cuarteles de invierno, y de esta forma, contribuya a apagar las aún tenues luces de un pasado que se resiste a marcharse. Ojalá las nuevas generaciones no tengan que bancarse este tipo de “figura” televisiva, capaz de golpear a una periodista.

La democracia tuerta y parapléjica que modera nuestra convivencia, al menos, en los próximos veinte o treinta años, con toda seguridad nos librará del surgimiento de gente que no trepida en coludirse con la comisión de crímenes de lesa humanidad; de personajillos que, tras el término del sistema que les dio vida y poder, nunca cejan en su esfuerzo de tratarnos a todos como amnésicos, como imbéciles boquiabiertos, a expensas de sus rabietas faranduleras.

Raquel, pese a tus esfuerzos, aún suenas en mis oídos como la lectora de “60 Mentiras”.

lunes, 23 de julio de 2012


Franco, te Parisi a MEO

Patricio Araya

Hasta septiembre de 1973 en la política chilena era posible hablar de tres tercios: una derecha intratable y una izquierda intrépida, en cuyo centro residía una Democracia Cristiana concebida a nivel internacional como antídoto al surgimiento del comunismo. Eso ya es historia. Aunque el PDC pos dictadura tiene su residencia en la Concertación (un conglomerado de centroizquierda sin merkén), sus pensadores saben que tarde o temprano tendrán que salir de ahí, en la medida que algunos aliados suyos propicien la entrada del PC a la coalición. Su esencia anticomunista los empujará de nuevo hacia el centro, y tal vez de allí la inercia los lanzará a la derecha, barrio en el que aún conservan la casa familiar.

Desde principios de los noventa, debido a la mudanza de la DC a la Concertación, el centro político quedó inhabitado; ningún partido (salvo la efímera existencia de la Unión de Centro Centro, fundada en 1990 por el ex senador Francisco Javier Errázuriz), ha declarado su pertenencia a ese espacio político. Por lo tanto, al desaparecer el centro como expresión material de la diversidad, hoy las cosas se resuelven sólo entre dos extremos, que ya ni siquiera responden a sus denominaciones de “derecha” o “izquierda”. 

Tal vez el término de la Guerra Fría tornó innecesarios los centros políticos en gran parte del mundo, y con ello también desapareció la diferencia ideológica entre buenos y malos; entre derechas e izquierdas.

Quizás nunca sepamos –o no nos interese saber,– cuáles fueron las reales causas de la desaparición del centro político chileno, o si acaso fue la sola implementación de un sistema económico funcionalista extranjero, que requería más del consenso que del disenso –con la vista fija en la producción de bienes y servicios, y no en la discusión–, o fue el resultado de la monserga dictatorial que la política era innecesaria, y que en caso de tener que servir de mejor manera esa gabela llamada “democracia”, era más saludable la existencia de dos grandes conglomerados, uno llamado “oficialismo” cuando a unos les toque estar arriba de la pelota, y el otro denominado “oposición” cuando a otros les toque bailar con la fea.

Sin un centro, la política se ha reducido a una realidad binaria: Gobierno y Oposición. El color político es irrelevante. O se es oficialista u opositor. Cualquier intento de establecer una tercera fuerza acaba siendo acallado. El inmenso poder del capital financiero captura para sí el poder político. Eso basta para controlarlo todo. En términos parlamentarios, la mejor demostración es el sistema electoral binominal. De vez en cuando, el azar, o algún “filantrópico” pacto de omisión, le dan cabida a la excepción. Respecto a la primera magistratura, el ejemplo es mucho más evidente y dramático aún: o es un representante de la Concertación, o uno de la Alianza quien ostenta el cargo.

En eso nos parecemos cada vez más a Estados Unidos: o son los republicanos, o son los demócratas quienes llegan a la Casa Blanca; no hay más alternativas. Y en esto el dinero es fundamental. Tanto en el país del norte como en el nuestro, se necesita platita para que baile el monito. O mejor dicho, sólo es necesario entender la teoría del binomio política y negocios. Eso de derechistas o izquierdistas son epítetos reservados para la farándula política, para los medios de comunicación.

No es que en Estados Unidos o en Chile no haya gente pensante, incluso “rara”, capaz de nutrir un centro (o una expresión humana sin sello político) que ponga en riesgo la estabilidad de la política de los acuerdos que permite la subsistencia de un sistema impenetrable, de cuño gremialista. Nada de eso. En Chile, como nunca antes, hoy ese centro está mucho más poblado que los propios oficialismos y las oposiciones, sólo que no es político. Nadie quiere ser “político”. Hoy ese centro tiene una nueva denominación: se llama Movimiento Social, lugar de residencia del descontento y la indignación, donde la gente común y corriente se auto representa; personas que no se sienten interpretadas por ninguno de los dos grandes actores de la política, los cuales tampoco están interesados en representar a nadie más que a ellos mismos.

¿Y entonces por qué el nuevo centro social no toma su lugar en la discusión y cambia el curso de las cosas? Porque no es tan fácil cambiar un modelo que se ha petrificado. Los gobiernos de turno, de uno y otro lado, están llamados a administrar el sistema, no a cambiarlo. Tanto al oficialismo como a la oposición sólo les interesa una cosa: que nadie diferente a ellos se interese en la política. No quieren más comensales. Con ellos basta y sobra. Ambos se saben de memoria el libreto: al poder del capital financiero le interesa conservar y validar el modelo, y el poder político se lo garantiza llevando la fiesta en paz entre oficialismos y oposiciones. La clave es gerenciar el país, no gobernarlo.

Muchos (provenientes del centro social, o de otros espacios no definidos aún como colectivos o necesarios), ante la impotencia de no conseguir ser tomados en cuenta, no obstante la brillantez de sus propuestas, se ven obligados a migrar a uno de los extremos. Allí suelen encontrar su recompensa, su pan y su abrigo. Otros, los rebeldes, los incomprendidos, los idealistas, los mesiánicos, los soñadores, los sin domicilio político, los less, se lanzan al despeñadero declarándose independientes.

Conscientes que la cancha del centro siempre está vacía, no dudan en reclamarla para jugar sus 15 minutos de fama y convertirse en el pastor del ganado disperso. Oficialistas y opositores se la ceden sin mayores cuestionamientos. Éstos saben cómo empieza y cómo termina este tipo de aventura. En 2009, un entonces oficialista Marco Enríquez-Ominami (bautizado sin ninguna pretensión ulterior por este servidor como MEO) pidió la cancha e invitó a jugar a algunos amigos. Su insospechada popularidad terminó obrando en favor de los opositores de la época. Sus tíos lo castigaron con severidad. Nunca le han perdonado la gracia.

Hoy la cancha es reclamada por otro independiente que siente que él sí puede hacer cumbre y clavar la bandera de los desposeídos en lo más alto de la res pública. Oficialistas y opositores se la van a facilitar sin ningún problema. Los primeros, apostarán a que después de las primeras pichangas y sus respectivas lesiones, el nuevo quijote entienda que su casa lo espera con su sopita y su chalcito. Los segundos, lo alentarán para que les reste público a sus adversarios. Pero, al final del día, créeme Franco, ellos te quitarán la pelota y te apagarán la luz de la cancha. Igual que a MEO.

domingo, 22 de enero de 2012

Acuerdo RN-DC: ¿secreto, inútil o subversivo?


Patricio Araya G.
Periodista


Cada vez que los políticos asumen como cierta la tesis de que la ciudadanía está obligada a tragarse sin mayores cuestionamientos todo lo que ellos verbalizan, cometen un error imperdonable, en especial, si lo que buscan al final del día es recuperar la confianza de las personas en la política. Entonces, ¿en qué cabeza cabría la idea que dos partidos políticos adversarios puedan celebrar algún acuerdo sin que nadie se entere? Imposible. En Chile, tarde o temprano, todo se sabe. O se filtra, como el reciente pacto entre los senadores Carlos Larraín (RN) e Ignacio Walker (DC), ignorado sólo por los habitantes de Tombuctú.

Tras el anuncio, tanto en el Gobierno como en la Concertación, se habló de deslealtad (sólo para los medios) de sus respectivos aliados respecto al secretismo con que se gestó la idea que pretende reemplazar el sistema presidencialista por uno semi presidencial, con un primer ministro a modo de fusible, aunque con matices. En efecto, en la UDI se mostraron dolidos por la jugada de sus socios estratégicos, como el jefe de la bancada de diputados Felipe Ward, quien calificó la instancia como “un paso en falso”; mientras que su presidente, el senador Juan Antonio Coloma, acusó “un fuerte golpe al Gobierno y a la Alianza”. Coloma fue más allá. "Yo pido una explicación. La Coalición vive un momento muy difícil, no cabe duda que aquí el presidente de Renovación Nacional, al llegar a un acuerdo sin preguntarle ni explicarle al Gobierno ni a su partido aliado, obviamente ataca la unidad de la Coalición", aseguró. Por su parte, en la oposición algunos se manifestaron “sorprendidos”, pero no molestos, pues como sostiene el diputado Osvaldo Andrade, fue el propio Presidente Piñera quien instó a los dos bloques a trabajar juntos en materias como la contenida en el documento RN-DC.

En rigor, ni tan dolidos y ni tan sorprendidos. Dolidos podrían estar en la disidencia de RN –cuya postura pierde fuerza frente a la movida del presidente del partido–, o los más alejados del círculo de hierro del gremialismo, pues, sus líderes principales –según le confesó la senadora Soledad Alvear al periodista Matías del Río en Chilevisión– fueron sondeados sin éxito antes que la directiva de Renovación Nacional, con miras a avanzar en la reforma política más importante de los últimos años. De modo que los coroneles sabían de las conversaciones con la DC. En tanto, en la Concertación también existía información detallada de que se estaba fraguando el documento con parte del oficialismo, así es que de sorpresa, la noticia tenía muy poco. En el resto de la Concertación también estaban informados. Una negociación de semejante envergadura no puede pasar inadvertida para las cúpulas.

En efecto, días antes que los presidentes de la Democracia Cristiana y de Renovación Nacional lo dieran a conocer, el senador democratacristiano Andrés Zaldívar, en compañía del secretario general de su partido, Víctor Maldonado, concurrieron hasta la residencia de un importante personero socialista, donde se reunieron con un selecto grupo de esa colectividad. El objetivo era informarles sobre las conversaciones del PDC con RN.

A la exclusiva cita concurrieron el presidente del PS, el diputado Osvaldo Andrade (uno de los “sorprendidos”); el diputado Marcelo Schilling; el ex senador Ricardo Núñez (presidente del Instituto Igualdad); el ex ministro del Trabajo Ricardo Solari (Igualdad); el senador Camilo Escalona; el diputado Carlos Montes; el ex parlamentario Jaime Estévez; el ex embajador en Argentina, Luis Maira; el encargado electoral de la colectividad Mahmud Aleuy; el director ejecutivo de Igualdad, Ernesto Águila, y el mismísimo secretario general de la OEA, José Miguel Insulza.

En lo concreto, el mentado pacto implica un segundo acuerdo tácito: dado que con la UDI se torna muy difícil acordar cambios al sistema binominal, los parlamentarios elegidos el próximo año tienen que comprometerse a crear una nueva Constitución. El primer paso ya estaría en marcha: aislar a la UDI, partido que se niega a despinochetizar la actual Carta Fundamental. “Renovación Nacional se quiere operar de una vez por todas del veto que le impone la UDI a cualquier reforma electoral”, asegura una fuente socialista.

Desde ya resulta curioso que el diario “La Tercera” publique este sábado 21 en su cuerpo de Reportajes (pág. 2) una pequeña nota titulada “Militancias políticas aumentan en 10 años”, destacando que RN posee más militantes que la UDI, una verdadera pasada de cuchillo por la herida abierta de estos días. El gráfico destina sus dos primeras barras a RN con sus 93.887 inscritos en sus registros, y al PDC, cuyo padrón alcanza 114.168 militantes, siendo el partido con más adherentes en Chile.

Según el Servel, la Unión Demócrata Independiente con sus 77.443 militantes ocupa el 7º lugar entre los 13 partidos existentes en Chile. Antes que el partido gremialista, los socialistas se ubican en segundo lugar (109.828); tercero queda el PPD (97.440); cuarto RN (93.887); quinto el PRSD (84.571); y sexto el Partido Humanista (84.061). ¿Acaso la información quiere evidenciar que la UDI pesa menos de lo que se supone? Tal vez.

Aunque sus simpatizantes le dan una gran presencia en la Cámara de Diputados –donde el partido de derecha alcanza 39 escaños, y en el mundo municipal, donde es representado por 79 alcaldes– el peso político específico del gremialismo en temas estructurales, como una reforma tributaria o una electoral, bien podría verse disminuido si sus socios cruzan la vereda, y soslayan sus diferencias con parte de la oposición.

Sólo el paso de los días podrá decidir si el consenso RN-DC será un intento inútil de los sectores progresistas por reinventar la forma de representación y la figura de la máxima autoridad política del país, o bien, ser una inusitada subversión de una parte de la derecha liberal que comienza a empoderarse de la idea de renovarse o morir, a manos de un sistema que ya no da para más, y que de no hacer algo pronto, les reventará en la cara.

domingo, 8 de enero de 2012

El plan B de Michelle



Patricio Araya G.
Periodista



Mediante un gesto que raya en el paroxismo político –que sin duda desautoriza de antemano el proceso de primarias planeadas por la oposición, y de paso descarta de plano cualquier otro nombre– el senador Camilo Escalona asegura este sábado 7 en El Mercurio –en relación a la candidatura de Michelle Bachelet– que, “no hay plan B”. Y agrega: “Yo no creo que haya plan B. Es lo realista. ¿Para qué vamos a especular? No gasto mi energía en un plan B”.


De sus palabras se colige que él no es partidario de rebarajar el naipe concertacionista, ni mucho menos, promover un ejercicio democrático que incluya otras voces, siendo la ex mandataria su única opción posible. ¿Para qué especular? O sea, Michelle Bachelet será sí o sí la carta presidencial de la ex Concertación.


Ello denota una tremenda inconsecuencia política, en tanto el parlamentario socialista sostiene en el mismo medio ser partidario de abrir el juego a otras inquietudes, que van desde la dirigente estudiantil Camila Vallejo a el ex Comandante en Jefe del Ejército, general Juan Emilio Cheyre. “Un gobierno de ancha base social. Fuerzas sociales políticas y culturales, no necesariamente organizadas en partidos ni en corrientes políticas”, afirma el futuro presidente del Senado, valorando la “mirada republicana” del general, y la representación de “un sector socialmente excluido” de la líder universitaria.


Quien sí tendría plan B para ¿sorpresa? de Camilo es la propia aludida. Aunque hasta el momento Michelle Bachelet ha dicho poco y nada sobre su futuro político, algunos cercanos, como la ex directora de la Junji Estela Ortiz, en la misma línea del ex ministro Belisario Velasco, la ven en la secretaría general de la ONU. Otros, partiendo por el propio Escalona, esperan por ella en La Moneda.


Eso en lo público, porque en el ámbito partidista más íntimo, algunos quedaron helados con las declaraciones de la secretaria de ONU-Mujeres en la Fundación Clodomiro Almeyda, donde se reunió con la dirigencia socialista para decir un par de cosas antes de Navidad. Su candidatura presidencial –sostuvo la ex mandataria– está sujeta a un reordenamiento interno en las filas concertacionistas, “está harta del desorden”. De no ser así, su retorno a la política contingente sería por otra vía. A la ex presidenta la seduce la idea de ser senadora por Santiago Poniente –zona en la que cuenta con gran arrastre–, cuestión que no tardó mucho en llegar a oídos de los interesados en esa circunscripción, desatando el pánico de saberse fuera.


Para tranquilidad de los potenciales afectados, lo más probable es que Bachelet sea la candidata de la oposición, y se reinstale en La Moneda, aunque tampoco vería con malos ojos saltarse el riesgo de someterse a unas primarias, que más de alguna lonja le sacarían a su popularidad. ¿Será suficiente el golpe en la mesa de la Fundación Almeyda para poner término a la entropía concertacionista?

La importancia de ser segundo


Patricio Araya G.
Periodista



“Ser tercero es perder, ser segundo no es igual que llegar en un primer lugar, voy a ganar, voy a matarme por llegar”. Así cantaba un joven y enfundado Miguel Bosé en el Festival de Viña de 1981. Verano en que el hijo del gran Dominguín ni siquiera imaginaba que veinte años después sería invitado a cenar al palacio de Cerro Castillo, por el entonces presidente Ricardo Lagos, como retribución al apoyo brindado a su campaña de 1999. Treinta y dos años más tarde, en pleno 2013, muchos podrían ser los que se maten por llegar primero a La Moneda, y para lo cual necesitarán algo más que el apoyo de un ídolo popular. Sin embargo, las encuestas aseguran que esa carrera –antes de correrse– la tiene ganada Michelle Bachelet.


Por lo mismo, al interior de la ex Concertación algunos ya empiezan a revalorizar la importancia de ser segundos. Perder pero no llegar a muchos cuerpos del ganador no les parece un mal negocio, ni mucho menos, una mala idea, en especial, en un futuro que requerirá más de liderazgos que de nombres para darle gobernabilidad al país; nuevos paradigmas que le den sustento ideológico a la gestión, que transformen el país.


Conscientes que sus adversarios oficialistas no cuentan con una carta presidencial de fuste que pueda amenazar la opción de Bachelet en los términos descritos –pese a la abultada lista de posibles candidatos, surgidos de tragedias y encuestas varias, y algunos tapados, como el director del CEP Arturo Fontaine, o los empresarios Felipe Lamarca y Juan Claro– en la oposición tampoco se esmeran mucho en levantar candidatos alternativos, pues saben conocen sus carencias, y porque en esta pasada sería estéril tratar de amagar el favoritismo de la ex mandataria, quien sin mover un solo dedo, le gana al que le pongan en el frente interno. Los nombres que día a día saltan a la palestra, no pasan de ser fusibles destinados a blindar a la encargada de ONU-Mujeres.


Entonces, ¿qué sentido tendría una lista de presidenciables opositores sin destino? Más que nutrir la imaginería y alucinación de analistas y columnistas, dicho torrente se enmarca en una bien pensada estrategia para fortalecer el liderazgo implícito de la única que no hecho sino mantener un silencio exasperante. Cartas independientes como el ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco –quien ha lanzado su pre candidatura en modo condicional, sujeta a la decisión que tome su ex jefa–, y otros posibles “vinos de la casa”, como el senador radical José Antonio Gómez –apartado en mala lid de la anterior carrera presidencial a manos de unas primarias truchas–, o algunos sub 50 (Rincón, Undurraga), forman parte de un mismo diseño: el retorno a Palacio de “la” carta opositora.


Un poco más allá de la izquierda del arco iris de 1989 –en la Meca misma del mundo extra Concertación, el Juntos Podemos que late en clave PC– también tienen aspiraciones presidenciales.  Sin embargo, aunque el ex ministro Jorge Arrate continúa vigente dentro del sector, no descartan un frente común de la toda la oposición para desbancar a la derecha. Y quién sabe si dentro de la misma lógica también calce el siempre dispuesto senador Alejandro Navarro (MAS). Con todo, la izquierda dispone de un tapado de marca mayor: el historiador Gabriel Salazar, un intelectual que aglutina las viejas y las nuevas generaciones. Mucho más afuera de los márgenes previsibles de la actual oposición, 2013 tal vez sea el año para que Marco Enríquez-Ominami aglutine el descontento social, del que se responsabiliza al gobierno, pero también a la oposición, la que no ha sintonizado con esa parte de la ciudadanía que también pasó a ser oposición. Sin embargo, los posibles candidatos opositores –unos más, otros menos– saben, o sospechan, que lo suyo apenas puede superar la etapa testimonial. Bachelet se ha transformado en una candidata potente, no tanto por sus méritos, sino por la falta de rostros y proyectos.


A la luz de las magras encuestas que acompañan la gestión del Presidente Piñera, es muy improbable que la derecha conserve el poder, no obstante lo bien aspectados que lucen algunos de sus potenciales sucesores, cuestión que a su vez torna impensable la paradoja de la última elección presidencial, donde Frei no pudo capitalizar el favoritismo de Bachelet. Sin embargo, la verdadera paradoja de estos días es que el Mandatario no tiene qué heredar al candidato que represente al oficialismo. Complicado y desastroso a la vez. Desde ya, la reelección se traba a manos de la impopularidad del propio presidente, y a partir de ésta misma, se percibe un caos gubernamental que ni siquiera pueda ser manejado desde los partidos de la coalición.


En este sentido, el con quién y el cómo se gobierna un país no da los mismo. Por eso, la elección de los quiénes, y cómo éstos cogobernarán con Bachelet, es clave para los acomodos en torno al trono, y también muy decidores para darle sentido al reempoderamiento concertacionista, que no pretende repetir la experiencia de la administración precedente, ni tampoco los ripios que desbancaron a la propia Concertación después de veinte años. Cómo gobierne Bachelet después de su paso por Nueva York, qué tan identificada se sienta con el Consenso de Washington y con quiénes decida emprender su cometido, es lo que hoy ocupa a los cerebros de la ex Concertación que están un peldaño más arriba de las meras ambiciones. Allí ya existe plena conciencia que el quid del asunto no es llegar en primer lugar, sino clasificar como “mejor segundo”, e incluso, como “mejor tercero”. Ellos confían en reconquistar el poder, la pregunta que están haciéndose es para qué, y si es que ellos estarán entre los elegidos por la triunfadora.


Gutenberg Martínez, hábil lector de entrelíneas, ya prepara su Operación Retorno/Plan B. La cartita bajo la manga de “El Gute” es su mujer, la senadora Soledad Alvear Valenzuela, quien podría servirle para cualquiera de los dos propósitos venideros. Por una parte, la legisladora es –qué duda cabe– el gran tapado de la oposición, o mejor dicho, la “mejor segunda”; por otra, es la mejor carta concertacionista para asumir una candidatura presidencial en caso que Bachelet desista. Ya sea como senadora reelecta o como presidenciable, la figura e influencia de Alvear serán protagonistas en el futuro inmediato.


El matrimonio Martínez-Alvear ha captado el mensaje subliminal (no público) de Michelle Bachelet, en términos de manejarse dentro del laberinto conspirativo del poder político pos ex Concertación: hay que estar, eso es lo importante. La Concertación ya no existe y lo que la reemplazará será una maquinaria que acaba de salir de la maestranza, aún más compleja de manejar y entender, pequeñas parcelas de poder a cargo de futres nada de humildes tratando de asaltar el castillo de su señor. Con ese desafío al frente, la pareja DC se lanzará a las primarias convencida de la importancia del segundo puesto en la fila: alguien debe escoltar a Bachelet, o reemplazarla.


Por ello, “Gute” sabe que estar dentro del gobierno, en las cercanías del gobierno, o incluso, optar a ser el gobierno, es demasiado importante como para dejarlo pasar. Desde esta perspectiva, el estratega DC rompe la inercia derrotista íntima de la ex Concertación, y con gran sigilo visualiza a su mujer muy próxima a la nueva mandataria –en el gabinete o reelecta como senadora, o como presidenciable– y detrás de ambas, a él mismo, moviendo las piezas del tablero. “Gute”, antes que otros, entiende que si Bachelet arruga, su mujer estará muy bien posicionada para poner su nombre en la plantilla. A no extrañarse entonces que la senadora por Santiago Oriente participe en una primaria simulada de la ex Concertación y llegue justo detrás de la ex presidenta.


Aunque ser segundo no es lo mismo que llegar primero… tampoco es tan malo, deben estar musitando los que ya percibieron que la política también atribuye roles protagónicos y puestos de influencia a los que saben dar la pasada y reverenciar a la reina. Alvear ya le dio la pasada y reverenció a Bachelet en 2005, y ésta lo recuerda con mucho cariño. Entonces, ¿por qué matarse para llegar primero, si igual se puede ganar llegando detracito? Los Martínez-Alvear, a diferencia de ciertos desquiciados que podrían perderlo todo en el intento por desbancar a la candidata más potente del sector, ya saben qué micro tomar. Y dónde sentarse.