Racadura
Patricio
Araya
Según,
emol.com “la prensa de farándula ya está
advertida: Raquel Argandoña arremeterá en contra de todos los reporteros que le
pregunten por la tensa relación que tiene con su hijo menor, Hernán”. La violenta
reacción de la “figura de TVN” (en palabras del medio on line), en verdad no
debería sorprendernos. En los tiempos que corren, agredir a un periodista ya es
pan de cada día. Muchos colegas mueren a diario a manos del narcotráfico, o de
otras organizaciones criminales, incluso por encargo de ciertos pelafustanes
que presumen de poderosos.
Los
medios que reportean farándula han dado amplia cobertura al incidente
protagonizado el fin de semana pasado por la ex lectora de noticias durante la
dictadura y una periodista en el aeropuerto. Todo se habría originado cuando una
reportera de La Red quiso conocer de labios de la propia Argandoña, su opinión
respecto a una acusación que le habría hecho su hijo en Twitter, afirmando que
ella era una “mamá para la foto”. La respuesta de la panelista de “Buenos días
a todos” no se hizo esperar, quien se lanzó contra el cuello de la joven
reportera.
Luego,
en su programa de TVN –más calmada, se supone– la aludida fue más allá:
"Al que hable de mis hijos le voy a pegar, porque me pongo en el rol de
mamá, les guste o no, y al que no le guste, demándeme".
¿Podríamos
esperar algo diferente de una persona como Raquel Argandoña? ¿Quién sabe?
Argandoña está cubierta por ese manto de impunidad bajo el cual también se
cobijan otros siniestros personajes que campeaban en la televisión de la
dictadura. Ella, como tantos otros que contaban con el beneplácito del sistema,
fue lectora de noticias de “60 Minutos”, el noticiero de Televisión Nacional de
Chile encargado de desinformar a los chilenos durante esos años horrendos de
nuestra historia.
Época
en que para leer noticias en televisión no era necesario ser periodista, a
veces sólo bastaba una buena dicción y un rostro “televisivo”; pero la mayor de
las veces aquello era apenas una parte de la performance frente a la cámara. Lo principal era la convicción. Por
cierto, no cualquier convicción. Sin duda, se trataba de una muy especial, cuya
principal característica era la desvergüenza.
Los
lectores de noticias de esos años, entre los cuales se hallaba Raquel, eran,
por sobre todo, unos caraduras. A ellos no les incomodaba su servilismo. No
tenían escrúpulos en hacerse parte de un relato acomodaticio a los intereses de
sus señores. Con la misma soltura de cuerpo con que daban cuenta de
inauguraciones de jardines infantiles y centros de madres, a cargo de las
primeras damas de la dictadura, profesaban su solapado odio a los opositores, a
los derrotados. Ni pensar que de sus bocas pudiera emanar la lectura de algún
recurso de amparo acogido en favor de algún detenido desaparecido. Argandoña y
sus secuaces daban rienda suelta a informar sobre “enfrentamientos” entre las
fuerzas de seguridad y “los extremistas”. El país les pertenecía, sus voces
eran sagradas e irrefutables.
La
señora Argandoña, quien hoy se esfuerza por parecer de otra clase, para lo cual
utiliza un modo de hablar como si tuviera una papa caliente en la boca, aparte
de verse como una nueva rica patética, también olvida sus orígenes en una villa
de clase media de Ñuñoa. Sus comentarios suelen estar teñidos por ese arribismo
típico de quien pretende ser diferente, de quien anhela disponer de una página
inmaculada para escribir una historia distinta a la que ha vivido. Pero, por
más esfuerzo que haga, siempre aflora en ella su falta de preparación
académica, y su consecuente desprecio por la educación de los otros.
Su
permanente falta de argumentos, su exiguo aporte a la construcción de ideas, su
pasado mediático al servicio de una dictadura, su endémica violencia como
método para resolver todo aquello que la desborda, al cabo, se convierten en
los perversos ingredientes que dan forma a un lamentable engendro que los
chilenos de hoy ya no estamos dispuestos a seguir tolerando en pantalla.
Por
suerte, cuando mi nieta de cinco meses se vea enfrentada en su futuro a una
pantalla de televisión, con toda certeza, espero, esta señora ya se haya
retirado a sus cuarteles de invierno, y de esta forma, contribuya a apagar las
aún tenues luces de un pasado que se resiste a marcharse. Ojalá las nuevas
generaciones no tengan que bancarse este tipo de “figura” televisiva, capaz de
golpear a una periodista.
La
democracia tuerta y parapléjica que modera nuestra convivencia, al menos, en
los próximos veinte o treinta años, con toda seguridad nos librará del
surgimiento de gente que no trepida en coludirse con la comisión de crímenes de
lesa humanidad; de personajillos que, tras el término del sistema que les dio
vida y poder, nunca cejan en su esfuerzo de tratarnos a todos como amnésicos,
como imbéciles boquiabiertos, a expensas de sus rabietas faranduleras.
Raquel,
pese a tus esfuerzos, aún suenas en mis oídos como la lectora de “60 Mentiras”.