viernes, 31 de agosto de 2012


El Mowag de Allamand

Patricio Araya


Tras la última encuesta CEP (julio-agosto 2012), donde figuran algunos ministros como presidenciables 2013, hay quienes esperan que el Presidente Sebastián Piñera los saque lo antes posible de su gabinete, ello debido a que estos funcionarios públicos estarían utilizando sus cargos como plataforma política.

En esta afirmación bien podría haber una doble verdad. Por un lado, aunque el Presidente de la República siempre tiene la facultad de hacer los cambios en su gabinete, las presiones políticas suelen surtir efectos en casos como este; y por otro, la figuración alcanzada por los ministros Golborne, Allamand y Longueira, aunque se explica por su sola condición de servidores públicos, también genera sospechas de estar aprovechando sus carteras para proyecciones personales.

Esto no es malo ni bueno; tampoco es nuevo. Es no más. Todos los que han tenido la oportunidad la han aprovechado. El ministro de Obras Públicas Laurence Golborne, es un buen ejemplo. Cuando en agosto de 2010 ocurrió el derrumbe en la mina San José, los chilenos apenas sabían pronunciar el nombre y el apellido del entonces ministro de Minería, que a contar de ese momento comenzó a aparecer a diario en todos los medios de comunicación. Todo lo que vino después es conocido. Golborne aprovechó al máximo la exposición mediática. Y el negocio le ha dado resultados positivos: es el segundo en la carrera presidencial, tras Michelle Bachelet.

Y en eso el titular del MOP es bastante inteligente. Por un lado, se desentiende de ciertos errores ministeriales –como la cesión de derechos de agua en favor de una subsidiaria de Colbún en Putaendo, que perjudica los regantes de la zona–, y por otro, independiente de su origen trágico, capitaliza la operación de rescate de los 33 mineros, en tanto ésta posee esa épica que condimenta los liderazgos sociales: exitismo y llanto abundante. El electorado se conmueve por ese tipo de acontecimientos. El pueblo siempre necesitará de héroes. Y si éstos no nacen en el campo de batalla, la televisión los maquilará con la misma épica del Espartaco de Kirk Douglas.

Quien de seguro se encuentra empoderado de esta idea, es el ministro de Defensa Andrés Allamand. El ex senador RN sabe que para llegar a competir con Bachelet –o con el candidato que represente a la Concertación en la presidencial de 2013–, primero tiene que derrotar a su colega de gabinete, para lo cual necesita algo más que una historia política. Si con ello bastara, él mismo ya le habría pedido su baja al Presidente.

La política actual se ha transformado en una actividad más propia del mercado que de lo público, en consecuencia, los políticos no buscan convencer a sus electores con grandes proyectos ni ideas, ellos apuestan más a la persuasión, al encantamiento. Vivimos en una sociedad visual. Un ejemplo es la eclosión de Michelle Bachelet en la escena pública, la que no tiene que ver con la instalación de un discurso suyo que se recuerde; por el contrario, ella irrumpe en los medios de comunicación montada en un tanque militar.
La imagen de la entonces ministra de Defensa, recorriendo las calles de la capital durante los temporales sobre un Mowag del Ejército, impactó a la ciudadanía. A contar de ese minuto, la ministra no tuvo más que esperar que su jefe, el Presidente Ricardo Lagos, la dejara en libertad de acción para enfilar hacia La Moneda.

Golborne está tranquilo, él ya tiene su Mowag. La tragedia de los 33 mineros lo catapultó como “figura política” sin serlo, e independiente de sus desaciertos administrativos, como el mencionado en Putaendo. Por su parte, Andrés Allamand es un político con historia; desde su juventud ha participado en política, ha sido parlamentario, y aunque hoy es ministro de una cartera estratégica, se las ingenia para aparecer en la prensa mucho más que sus antecesores. No obstante, aún no logra superar la popularidad del ministro de Obras Públicas. ¿Acaso Allamand necesita su Mowag para dispararse en las encuestas, tal como lo hizo Bachelet?

Al parecer, una desgracia se está transformando en el Mowag de Allamand. Este domingo 2 de septiembre se cumple un año del accidente aéreo que le costó la vida a 21 personas en las costas de Juan Fernández. Con o sin intensión, el ministro de Defensa ha propiciado un viaje al dolor. Una travesía innecesaria, pero mediática, en la que él se involucra a título personal como cuñado de una de las víctimas, y como ministro de Defensa, y lo hace a bordo de un buque de la Armada, el Sargento Aldea, en el que también viajan familiares de los fallecidos.

Cabe preguntarse si Andrés Allamand necesita este Mowag con forma de buque de guerra para entrar en el corazón de los votantes, y persuadirlos con el dramatismo de una tragedia; y también preguntarse si a su regreso Piñera lo dejará partir, o dependiendo de los resultados del viaje, tal vez espere la Parada Militar para que agarre un poco más de pantalla a bordo de un jeep en el Parque O’Higgins. Lo cierto es que la permanencia de los ministros-candidatos está hartando a mucha gente, incluso al diputado ex RN Gaspar Rivas, quien llama a “parar la chacota” exigiendo la renuncia de Allamand y Golborne.

Lo peor está por venir: este domingo 2 de septiembre la televisión reventará el rating de la muerte, haciendo caso omiso del dolor de los familiares de las víctimas, y hará, como es de esperar, lo mismo con el respeto que se le debe a las propias víctimas.

Raquel atrapa los millones

Patricio Araya

La decisión de los ejecutivos de TVN de pagarle 250 millones de pesos a Raquel Argandoña, para que ésta les cuente su vida privada a los televidentes, en realidad, no debería generar ni la más mínima polémica, ni mucho menos, sorprender a alguien. Es más, dicha determinación debe ser analizada y entendida en el marco de la lógica mercantilista que guía los destinos de la red estatal, donde en no pocas ocasiones, los auspiciadores acaban tomando decisiones editoriales. En buen chileno, el que pone la plata, pone la música.

Tras conocerse la noticia de que la ex lectora de “60 Minutos”, ya había comenzado las grabaciones de su reality show, en las redes sociales se desató una serie de comentarios adversos. El denominador común de todos ellos, es el cuestionamiento moral que se hace de ella misma y de la situación en general, motivado por dos aspectos fundamentales.

Primero, la calidad humana de una persona como Argandoña, quien por el solo hecho de haber sido un rostro emblemático de la dictadura –con toda la carga negativa que ello implica–, a estas alturas del proceso de restauración democrática del país, ya no debería ser propuesta por la televisión como modelo de nada positivo a emular; segundo, la abultada suma de dinero que recibirá, en especial, cuando han pasado pocos días de una estéril discusión en torno al salario mínimo –el que aún no logra superar la barrera de los 200 mil pesos–, genera una odiosidad evitable.

Más allá de las consideraciones morales de tan millonario contrato, lo que preocupa es la prontitud y simpleza con que TVN zanjó el incidente protagonizado hace un par de semanas por su “figura” con la periodista Daniela Aliste, a quien agredió a golpes en el aeropuerto.

En respuesta al emplazamiento realizado por el presidente del Colegio de Periodistas, el director ejecutivo del canal público, Mauro Valdés, se limitó a responder que "TVN no defiende ni apoya ninguna actuación violenta y que, respecto de los planteamientos de la señora Argandoña vertidos en el programa (Buenos días a todos), el director de Programación de este canal, en reunión con ella, le manifestó la improcedencia de su accionar”.

Prontitud y simpleza para resolver una situación de extrema gravedad que asusta. En países civilizados esta agresión habría significado la desvinculación inmediata de la agresora y la reparación moral y material de la víctima. En Chile las cosas se resuelven de otra manera. Por un lado, se sumerge a la víctima en un mar oscuro para que desaparezca de la controversia, y luego, con la vedada amenaza de evitar buscarse más problemas, se la presiona para que no ejerza acciones legales; y por otro, se fortalece a la victimaria revitalizando su protagonismo avasallador, premiándola con una cantidad insultante de millones.

En medio de la polémica, por estos días, la propia “figura” de TVN le echó más leña a la hoguera, mostrándose en público ataviada con una piel de zorro, provocando la molestia de grupos defensores de la vida animal. Su respuesta –igual de descarada que la dada frente a la agresión a Daniela Aliste– fue que ella poseía esa piel hace más de treinta años, como si entonces la matanza de animales con fines estéticos no fuera igual de cruel que hoy. Es decir, la panelista de farándula carece del más mínimo sentido común. Para ella es normal agredir a una joven reportera y lucir una piel natural. Desde luego, no se hace problemas.

Tal es la fortaleza moral de una ex servidora de la dictadura. Pero, seamos “justos”. Ella no es la única. En Chile sobran ejemplos de personas similares, que van convencidas por la vida que actúan dentro de una normalidad aberrante, de una distorsión de la realidad, donde lo principal se vuelve accesorio, y lo accesorio cobra importancia relevante. Para personajes de este calado, la vida vale poco y nada, y el respeto y la dignidad de personas y animales tienen un peso demasiado liviano, fútil. Lo único significativo para ellas es el dinero. Arma letal que las avala para sentirse superiores e impunes. El directorio de TVN, al permitir poner en pantalla la intimidad de una persona que suscita tanta controversia pública, acaba de perder una gran oportunidad para dar un golpe de timón en materia de respeto a los derechos humanos.

En verdad, la vida particular de un rostro del pasado no debería importarle a nadie. Sin embargo, “el canal de todos los chilenos” transforma este accesorio prescindible en insumo necesario de entretención para seguir acrecentando “la cultura que todos queremos ver”, cuando en el fondo del asunto, lo que se está haciendo es elaborar un producto de dudosa calidad, un bodrio, cuyo destino es la pantalla de muchos chilenos que, por desgracia, son obligados a tragarse una televisión simplona, sólo orientada a la obnubilación disfrazada de entretención. Sólo falta que nuestra poco creativa televisión instale cámaras en Punta Peuco para que veamos el día a día de algunos reclusos.

La ex miss Fisa 1975 representa el paroxismo de un relato anacrónico que produce náuseas e insulta la más elemental inteligencia humana. Ojalá los ejecutivos de TVN pusieran un poco más de cuidado en la elaboración de sus contenidos, y precaver ciertos conflictos que en nada contribuyen a la buena convivencia de los chilenos. Eso, siempre y cuando, las leyes del mercado lo permitan.

miércoles, 15 de agosto de 2012


Valor en juego

Patricio Araya

El acuerdo –acercamiento, conversación, según los más escépticos– anunciado por los presidentes de la Democracia Cristiana y Renovación Nacional a principios de 2012, “es una propuesta conjunta para reformar el sistema electoral binominal y avanzar en un nuevo régimen político que reemplace al presidencial”. Eso en lo declarativo. En el fondo, el pacto equivale a torpedear la línea de flotación de la alianza gubernamental, pues, en términos doctrinarios, lesiona las relaciones entre sus dos partidos.

En efecto, el socio de RN, la Unión Demócrata Independiente, no se siente interpretada con eso de “reformar el binominal”, ni mucho menos en lo referente al “cambio de régimen político”. En el gremialismo no están por hacerle cambios a una receta que ha demostrado ser deliciosa y económica. Y en eso la UDI es consecuente y disciplinada. El partido fundado por Jaime Guzmán se mantiene fiel a las enseñanzas y al legado de su máxima figura. Guzmán aseguró a toda costa la representatividad de su sector, perfeccionando en la Constitución de 1980 un sistema que le garantizara presencia e incidencia ad eternum en el gobierno de la nación, independiente de los apoyos reales.

Cuando Guzmán se acercó a Pinochet, lo hizo empoderado de su innegable capacidad intelectual. Los militares tenían la fuerza, él tenía el poder. Guzmán fue el primero en percibir ese hándicap favorable, que a la larga marcaría notables diferencias en pro de sus ideas políticas, de su proyecto de una nueva sociedad. El líder gremialista –ya en su rol de ideólogo de la Constitución del 80– convenció a sus seguidores de entonces de tres ideas fundantes. Primero, los militares son tontos, no saben gobernar; segundo, nosotros somos los iluminados que haremos la revolución que necesita este país; y tercero, hay que cambiarle la mentalidad al “roterío”.

Tres décadas después es posible comprobar que el fallecido senador tenía razón. Primero, ellos entraron al gobierno militar inoculándolo con su conservadurismo (católico), para luego darle un carácter mesiánico, patriotero, represivo, y sobre todo, franquearon la implantación de un sistema económico y político a su medida. Lo inteligente es que tras la dictadura no hay ningún civil preso. Todos los colaboradores de Pinochet que no usaban casco salvaron, incluso, algunos llegaron a ser parlamentarios de la nueva democracia; segundo, en Chile en efecto hubo una revolución, no social, sino económica. Su cara más visible es el debilitado Estado que hoy tenemos: empobrecido y sin mayores facultades regulatorias, cuyas principales empresas terminaron en manos privadas; en tercer lugar, el cambio de mentalidad experimentado por los chilenos –desde el “cuiquerío” hasta el “roterío”– es evidente: hoy existe una gran devoción por el consumo y el individualismo, y una enorme displicencia con la disconformidad. Un país con escasa masa crítica, y con una sorprendente habilidad para desarticularla. Este es el modelo de país que propicia la UDI. Por ellos, aquí nada debería cambiar, ni una sola coma de la Constitución de Pinochet. Esta es una convicción transversal que va desde el extremo más izquierdo del espectro político, hasta el propio partido con que la UDI cogobierna.

¿Acaso esta es la razón de RN para acercarse al PDC en busca de un acuerdo para cambiar el binominal, y establecer un nuevo sistema de gobierno de unidad nacional, que legitime la política? Es probable. Sobre todo en medio de la realidad paradójica que hoy vive Chile con un crecimiento interior –de impacto precario sobre la mayoría de los chilenos–, y en el contexto de una crisis externa que amenaza con golpearnos. La idea de un acuerdo de gobernabilidad cobra fuerza si lo que se pretende es precaver la ingobernabilidad en la que están cayendo los países de la Europa el sur.

Los cambios políticos que requiere Chile hay que hacerlos ahora. Ya no es posible que un representante de la banca pueda mirar por encima del hombro a la gente de la calle –léase cotizantes de las AFP, gente “común y corriente” sin ninguna posibilidad de decidir sobre el destino de las inversiones realizadas con sus fondos– y pretender sacarla de la discusión como si fueran espantapájaros. No prever la inminente realidad de ingobernabilidad que podría afectarnos a causa del inmovilismo político, haciendo caso omiso de la impronta de los movimientos sociales, es una apuesta demasiado arriesgada; es una osadía irresponsable.

Los politólogos sostienen que si el PS y la Derecha son imprescindibles para la política chilena, el PDC representa el consenso. Pero, veamos. RN está casado con la UDI, y la DC lo está con el Partido Socialista (y con otros dos partidos más). Cualquier atisbo de convivencia con fines procreativos entre RN y la DC, tendría que pasar por ese espacio donde las posturas rígidas se flexibilizan, y por ciertos momentos que lo propicien.

Hoy el PDC está en condiciones de asumir su papel de amigo común de RN y el PS, en especial, si lo hace desde la perspectiva de una elección presidencial y parlamentaria ad portas. Tanto RN como el PS primero deberían hacerse cargo de neutralizar –controlar– a sus socios para poder darle curso al acuerdo de una nueva gobernabilidad. RN debería moderar la inflexibilidad de la UDI –incluso, aislarla, según el deseo de muchos–, y el PS debería controlar la dispersión de sus dos aliados menores, el PPD (más a la izquierda de la oposición), y el PRSD, partido con aspiración presidencial propia.

En la Concertación valoran a RN como un actor necesario; también reconocen su faceta liberal. En cambio, a la UDI la perciben como intransigente y partidaria del statu quo. Lo anterior le otorga un valor agregado a la calidad de amigo común que posee el PDC. Los falangistas tienen muy buenas relaciones con amplios sectores de RN y del PS.

Si Bachelet opta por quedarse en la ONU –cuestión aún no descartada en las filas opositoras–, la Concertación igual requerirá un nombre para poner en la plantilla. Es allí donde surgen los candidatos tapados. Tal vez los verdaderos candidatos –no esa lista de pre candidatos que despierta la atención de la prensa. El ex presidente Ricardo Lagos es uno de ellos. Pero él no es democratacristiano, no es el “amigo común” que deje contentos a moros y cristianos que buscan ponerse de acuerdo para hacer los cambios necesarios. Los candidatos presidenciales para 2014, o serán de RN (Allamand, tal vez), o de la DC. Un militante de ésta última podría ser el puente que una a quienes desde la Concertación y el lado más liberal de la Alianza (RN), están por modificar la rígida estructura política existente que favorece la inequidad social, que de mantenerse tal como está, podría llevar a Chile por el camino de España.

Las encuestas aseguran que una mujer opositora gobernará el país a contar de marzo de 2014. Frente a ese escenario, cabe preguntarse por qué la senadora Soledad Alvear no podría ser “la” carta de consenso (acuerdo RN-DC) para salvar el escollo que representa la UDI para RN a la hora de cambiar el binominal, y a la vez, contener las aspiraciones parlamentarias del Partido Comunista, asunto que tensiona las relaciones del PDC con sus socios concertacionistas. Por lo demás, Alvear (ex ministra y actual senadora por Santiago Oriente) está casada con uno de los genios de la baraja.