Valparaíso, ¿la joya del Pacífico?
Patricio Araya
Periodista
A estas
alturas –tras la ya “tradicional” devastadora imagen de Valparaíso pos carrete
de Año Nuevo– cabe preguntarse qué lugar ocupa la ciudad en el corazón de los
celebrantes de todo tipo de jolgorio, pues, a juzgar por la cantidad de basura
y daño acumulados, Valparaíso parece no importarle a nadie, mucho menos a
quienes tienen la responsabilidad de cuidarla. Es triste decirlo de esta forma,
pero Valparaíso se asemeja cada vez más a La Habana pre revolucionaria, donde
los extranjeros iban a divertirse sin freno; allí se permitía todo lo prohibido
en la “cultura del orden y el trabajo” del norte.
Valparaíso
es una ciudad abandonada; triste. La abandonó el progreso. La abandonó el pudor
que alguna vez le profesaron quienes la amaban y respetaban, y que veían en
ella el lugar donde podían hacer realidad sus sueños. A cambio de ello, fue y
ha sido presa de malos gobiernos comunales que no supieron –o no quisieron–
administrar y acrecentar su verdadero valor patrimonial.
Valparaíso
tuvo y sigue teniendo todo para ser una de las mejores ciudades del país para
vivir, para estudiar, para trabajar, para soñar, para enamorarse, para pensar,
para crear, pero también ostenta el vergonzoso record de ser la ciudad que ha
tenido los peores alcaldes de Chile, en su mayoría aficionados, ignorantes,
miopes, oportunistas, dictadorcillos, obtusos, megalómanos, incultos, abyectos,
incapaces de imaginar para ella y sus habitantes otra cosa que batucadas y
entrega de mediaguas; alcaldes marcados por una altísima vocación al
enriquecimiento ilícito y el ascenso personal.
Valparaíso
es más que el lugar de la nostalgia. Aunque muchos se esmeren en sostener lo
contrario, es más que una locación cinematográfica de bajo costo; es mucho más
que una ciudad adoquinada y un montón de cerros, algunos muelles, un par de mercados
a medio morir, una veintena de ascensores oxidados, cientos de bares
malolientes, prostíbulos en extinción. Valparaíso es una urbe que supera su
propia poesía. Qué lamentable que esto sólo lo entiendan sus habitantes. Valparaíso
es –entre otras tantas cosas positivas– sede de cuatro de la mejores
universidades chilenas (U. de Valparaíso, Católica, Playa Ancha y Federico
Santa María), pero eso a nadie le importa.
Residentes y
visitantes, entre porteños de verdad y personas de paso, no miran a Valparaíso
con los mismos ojos. Para los primeros, es su ciudad, su casa, y para una
inmensa mayoría de ellos, es su lugar de nacimiento. Los segundos, la perciben
como un lugar de diversión, como un prostíbulo al aire libre, como una letrina
donde evacuar fluidos de todo tipo. ¿Por qué no van a Barcelona o a París hacer
lo mismo? Fácil: porque en esas ciudades no se los permitirían. Ninguna de sus
autoridades, con la mezquina explicación del ingreso de divisas, como ocurre en
Valparaíso, avalaría la destrucción de su patrimonio cultural.
Valparaíso ya
no es “la joya del Pacífico”, ya no es “un arcoíris de múltiples colores”, ni
“sus mujeres son blancas margaritas arrancadas de su mar”, ni “la plaza de la
Victoria es un centro social”, ni tampoco es “puerto principal”, porque ese
cetro se lo arrebató San Antonio. En suma, una tropa de ineptos acabó con la
magia de Valparaíso. Parte de esa tropa de incompetentes tomó palco durante la
destrucción de la ciudad, y se encogió de hombros cuando el exilio empujó a
muchos porteños hacia otros destinos. Muchos de los que hoy hacen gárgaras con
cifras de disminución de la pobreza, no movieron un solo dedo cuando se
cerraban fábricas y Valparaíso se quedaba sin fuentes productivas, y tampoco
han hecho nada para devolverle a los porteños el hospital que se destruyó para
levantar el Congreso en su lugar.
La
televisión también ha hecho lo suyo: con su visión “centropolitana” ha lanzado
sobre Valparaíso un paradigma absurdo. La TV vende a los chilenos y al mundo
entero la idea que Valparaíso es un sitio “folclórico”, “tradicional”, que sólo
cobra vida para Fiestas Patrias y Año Nuevo. Para ella, el resto del año la
ciudad está muerta, es un cementerio donde sólo se acude dos veces al año a
depositar las “flores” de una peregrinación divertida, mientras sus autoridades
de paso se ufanan de un polvoriento parque Alejo Barrios, donde se vende chicha
y empanadas al ritmo de cumbias, y de unas calles y cerros donde se puede
beber, fornicar y defecar la última noche del año. ¡Qué pena!
Esas mismas
autoridades se contentan con premios de consuelo inútiles, como las sedes del
Poder Legislativo y del Consejo de la Cultura y las Artes, a sabiendas que las
decisiones que se toman allí vienen cocinadas de la capital. ¡Pobre Valparaíso!
¡Cómo dueles!
El “Gitano”
Rodríguez, el doctor Aldo Francia, Lukas, Lucho Barrios, y una larga lista de
amantes del Puerto, tal vez prefieran observar desde el otro mundo la miseria exacerbada
que hoy abraza a Valparaíso, y con toda seguridad, sus narices ya están libres
del hedor de calles y veredas asquerosas y lúgubres.
Lo triste de
esta columna es que en un año más podría ser publicada de nuevo, sin perder un
ápice de vigencia. La dramática realidad de Valparaíso es que nadie hace nada
por modificarla, a nadie le inquieta la mugre y la destrucción; nadie se siente
provocado por la impunidad de sus agresores.
¡Perdón,
Pancho querido!
He leido, y que pena es concordar contigo, hemos abandonado a pancho, es mas quienes optamos por quedarnos de tanto en vez nos cuestionamos, los mil tambores, y otra sarta de manifestaciones "populares" que solo destrozan lo poco que nos va quedando, una triste realidad...
ResponderEliminarLa destrucción de Valpo es un proceso sistemático que partió hace muchos años....
ResponderEliminarte mando esta col. sobre el hospital donde nacimos muchos porteños.
un abrazo
http://www.theclinic.cl/2009/01/19/%C2%A1%C2%A1devuelvanme-mi-hospital/