domingo, 25 de diciembre de 2011

Bachelet: la mejor candidata… de la derecha

Patricio Araya G.
Periodista

En los casi dos años de gobierno, los vaivenes de la contingencia –desde las consecuencias del 27F hasta el movimiento estudiantil– han evidenciado lo incómodos que se sienten los miembros del gabinete del Presidente Sebastián Piñera en sus respectivos ministerios. Partiendo por los sueldos “reguleques” de sus titulares, pasando por la falta de autonomía en materia de decisiones –la burocracia estatal tiene fortalezas que se transforman en amenazas reales, hoy agudizadas por la personalidad omnipresente del gran jefe–, es lógico que muchos de ellos terminen pateando la perra, y haciendo de la renuncia su única válvula de escape posible. La vida en el mundo privado siempre transcurre más calmada que en el despacho ministerial.

En su mayoría, los actuales ministros, así como otros altos funcionarios públicos, provienen de la gran empresa, realidad en la que ellos siempre decidieron desde lo macro hasta los más mínimos detalles. Son ejecutores más que ejecutivos rindiendo cuentas, hacedores de cosas más que empleados obedientes; emprendedores, académicos o profesionales de libre ejercicio, y por tanto, poco acostumbrados a un mega Ejecutivo que les recuerde a diario que dependen de su exclusiva confianza. Mucho menos están habituados a ser devueltos al redil cada vez que quieren arrancarse con los tarros. Salvo excepciones –Mathei, Longueira, Lavín, Chadwick–, no entienden la nomenklatura estatal. Sólo sienten que dieron un paso en falso y que se metieron en las patas de los caballos. ¡Uf!, esto no es lo que imaginaban cuando soñaban con ser ministros. Sin duda alguna, se sabían más seguros y se sentían más a gusto en sus oficinas de El Golf o Sanhattan, o en alguna gerencia o presidencia menos visible que el terreno fiscal.

Pero como la vida siempre ofrece segundas oportunidades, los políticos profesionales, tanto oficialistas como opositores –sin querer queriendo– podrían aliviar la dura tarea de de estos servidores públicos, y así permitirles el retorno a su tierra prometida –la del business– de donde nunca debieron salir. En efecto, tras algunos jaloneos, más para la galería que para la platea, actores de todas las tendencias hoy parecen estar muy de acuerdo en la tesis de que la ex presidenta Michelle Bachelet es la única solución para que unos salgan y otros entren al baile sin que nadie lo note.

La primera premisa –bastante cierta– es que Bachelet es “la” carta presidenciable de la ex Concertación. Tanto, que la sola impresión de su nombre en la papeleta de diciembre de 2013, podría revocar la condición de “ex” de ese conglomerado, rescatándolo de la morgue en la que se encuentra a la espera de autopsia –aunque todos saben las causas del deceso. Todo otro nombre proveniente de ese sector no pasa de ser otro volador de luces, o en su expresión más mezquina, ni siquiera supera la patética analogía del niño que enloqueció de amor. En fin. Cada uno tiene derecho a soñar con lo que quiera.

Todos en la ex Concertación saben que el juego de sentarse frente al espejo diciendo “yo quiero ser presidente”, no es más que la recreación del gag que hiciera famoso el comediante Fernando Alarcón, cuyo personaje solía fantasear con roles imposibles para su edad e intelecto. La ilusión terminaba cuando su madre entraba a la habitación y lo mandaba a peinarse, y luego a sentarse a la mesa. Todos saben que cuando quiera, Michelle Bachelet puede mandar a muchos a peinarse, o a sonarse los mocos. Ella es y se sabe “la” candidata opositora.

A estas alturas también debería quedar muy claro que esa gabela incansable de la dicotomía entre “izquierda” y “derecha”, más que una cuestión ideológica entre socialismo real y capitalismo salvaje, más filosófica, o menos filosófica –incluso, si existiera la mentada ideología–, sólo sirve para libretear algunos programas “políticos” como Estado Nacional o Tolerancia Cero. Lo demás es música. La política, en su sentido más práctico, es la que se debate en los medios de comunicación, y que remite sólo al ámbito de los acuerdos, de los consensos, donde se hace poco y nada por marcar la diferencia. En esto no existe –no cuenta– la masa. Aquí sólo deciden las élites bajo los preceptos del beneficio mutuo y del Estado como botín. Eso de “el pueblo” o “la gente”, no es más que entretención para la galería. La platea sabe cuándo, dónde, cómo y con quiénes ponerle play al arreglín de turno.

La segunda premisa –o sospecha– es que el oficialismo no sólo no tiene presidenciables, sino que no le interesa tenerlos. Los Golborne, los Allamand, o cualquiera otro elevado a los cielos electorales por las santas encuestas, es sólo una estrategia comunicacional forzada: el Gobierno va por su reelección. La estrategia –al parecer– es tener nombres y no candidatos reales. ¿Acaso a la derecha no le interesa conservar el poder? Es probable que en su íntima convicción concluya que no necesita el poder político. La derecha tiene el poder económico, y éste subyuga al poder político. Con eso es suficiente. ¿Por qué complicarse la vida lidiando con un Estado incontrolable y legalista, con una población indómita, que ha hecho del asistencialismo su forma de vida? ¿La mera vocación por lo público es motivo suficiente para soportar los sinsabores del ejercicio gubernamental? La derecha económica no necesita gobernar el país para acrecentar su riqueza, necesita controlar el mercado. Y eso lo viene haciendo mejor que nadie desde 1975. Con o sin democracia.

Bachelet asegura paz social, y es eso lo que tras su arribo a La Moneda la derecha, guitarra en mano, no ha sabido garantizar. Paz social no en términos de menos delincuencia, sino en el sentido de más tranquilidad, mayor felicidad. Los empresarios necesitan que el pueblo esté contento para que produzca, que sienta que es importante. El “populacho” es feliz cuando le traen espectáculos gratuititos, tipo muñeca de cobre, o cualquier lesera macondiana; la gente en las poblaciones se fascina con las batucadas, con el teatro a mil, con un concierto de Illapu o de Los Jaivas, con la Cumbre Guachaca, en suma, con la alegría del arco iris que la hace evocar la lucha contra la dictadura. La gente “necesita” ese relato épico, inclusivo, participativo. La gente quiere sentirse importante, considerada, y aspira a que el inquilino de La Moneda sea empático, que se fotografíe con las mujeres, con los niños, con los ancianos, que sea un besador profesional, que corte cintas y que esté siempre sonriente, que se emocione frente al dolor y que salte de alegría cuando Chile le gana a Argentina, que baile cueca y que empine el codo como todo buen chileno.

Michelle Bachelet es prenda de garantía para unos y otros: felicidad para la galería y riqueza para la platea. La ex Concertación podría reverdecer laureles con ella en Palacio, y resucitar su llanto ahogado durante cuatro años por falta de oxígeno fiscal. Los empresarios podrían estar tranquilos viendo engordar sus alcancías, sus trabajadores estarían contentísimos con el pan y circo del gobierno. Un tercer gobierno “socialista” post dictadura para nada sería una amenaza contra el capital. Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, siendo “socialistas”, gobernaron con y para la derecha. Nicolás Eyzaguirre, ministro de Hacienda de Lagos, fue elegido por los empresarios como el mejor ministro del siglo. Sus razones habrán tenido para ensalzarlo de esa manera. El aumento de la desigualdad social es el vívido ejemplo de esa realidad.

Entonces, ¿por qué la derecha tendría que desgastarse con un segundo gobierno, si a las claras no sabe hacerlo en clave populista? O sea, le cuesta establecer un diálogo fluido con la población. Hay desconfianza mutua. La compra de Colo Colo a Piñera no le dio los resultados “populares” que él esperaba, porque no es colocolino, es hincha de Católica; en cambio, a Bachelet sí le sirvió montarse en un Mowag. El chileno común y corriente vio un pie forzado en el primer caso, y un gesto de empatía en el segundo. La ex Concertación es maestra en ello: maneja la sensibilidad social, tiene esa cosa garcíamarquiana de engrupir a la masa. La derecha es insuperable haciendo negocios.

martes, 20 de diciembre de 2011

¡Todos a FONASA!

Patricio Araya G.
Periodista

El presidente de la Asociación de Isapres, Hernán Doren, explica de manera muy sencilla las cuantiosas –vergonzosas, escandalosas, exorbitantes, inexplicables, aberrantes, usureras–  y millonarias utilidades obtenidas este año por las isapres. Según él, éstas se deben en gran medida –como si tratara de un milagro económico–, al incremento de cotizantes del sector y a la buena salud de los chilenos.

Una respuesta simple –que bien podría dejar tranquilos a muchos– pero tonta. Es una respuesta tonta para el futuro de las isapres, y por tanto, una muy buena señal para los chilenos indignados con el mercado de la salud privada. Tonta porque Doren se pega un tiro en el pie al darles a los ciudadanos una pista sobre lo que hay que hacer para deshacerse de las isapres, y de todos los abusos: desafiliarse de ellas.

Eso, así de simple. Hay que huir de los sinvergüenzas y de sus malabares para cobrar caro y pagar tarde mal y nunca cuando les toca a ellos. A no mediar que ante la estampida de cotizantes la autoridad acuda en su auxilio decretando un “corralito de la salud”. En Chile, aunque en Argentina no lo crean, pueden pasar cosas peores.

Sin embargo, aquí los chilenos tienen la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro: por un lado, terminar con un sistema que de solidario no tiene nada, y por otro, fortalecer el sistema de salud pública. Así de simple. ¡Todos a FONASA de una vez! Datos del Fondo Nacional de Salud indican que en diciembre de 2010 sus afiliados ascendían a 5.190.846, mientras que en la misma fecha las isapres contaban con 1.446.308 cotizantes.

De las 13 isapres que conforman el sistema privado de salud chileno, siete son abiertas (Colmena, Cruz Blanca, Vida Tres, Ferrosalud, Más Vida, Banmédica y Consalud), y seis son cerradas (San Lorenzo, Fusat Ltda., Chuquicamata, Río Blanco, Fundación y Cruz del Norte), en su mayoría vinculadas a la minería, excepto Fundación, ligada a Bancoestado. Éstas últimas tienen un público cautivo, y por tanto, no pueden salirse del sistema.
Según la Superintendencia de Salud, en octubre de 2011 las isapres cerradas suman 44.995 cotizantes, mientras que las abiertas en la misma fecha llegan a 1.467.597 cotizantes. Consalud es la isapre que tiene más afiliados (326.254), la sigue Banmédica (315.556), Cruz Blanca (296.216), Colmena (244.093), Más Vida (201.906), Vida Tres (71.798) y Ferrosalud (11.774).

¿Cómo se explica que una cartera de clientes de un tamaño relativo, pueda generar tanta riqueza? Aquí algo huele mal. Muy mal. Es la manera más descarada de construir riqueza a expensas de sus beneficiarios.
Si los cotizantes esperan que los parlamentarios o el gobierno hagan algo para frenar las abusivas ganancias de las isapres, hoy eso es una mala idea. Siempre lo ha sido. De manera que la única alternativa viable es la fuerza. La fuerza de la evidencia. Es evidente que las isapres están abusando a sus usuarios. Es evidente que los políticos no están sensibilizados con semejante vulneración. Resulta evidente que hay que desafiliarse de las isapres e irse a FONASA.

No es propio de países civilizados dejarse abusar por un determinado grupo, independiente de su naturaleza, sea comercial o política. No más abusos de ninguna clase. No más tolerancia con quienes se encogen de hombros frente a los abusos. No vote por nadie que no sea capaz de fiscalizar y legislar pensando en usted, por el contario, bote a ese tipo de candidato. Y sálgase de la maldita isapre. FONASA es la única alternativa. No le costará más que el 7 por ciento de sus ingresos imponibles.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Señora Juanita Vallejo

Patricio Araya G.
Periodista

El reciente triunfo de Gabriel Boric en la FECH, bien podría leerse como un triunfo para el Presidente Sebastián Piñera y su ministro de Educación, en tanto ambos se sacan de encima a la “mediática” Camila Vallejo, apostando a que el movimiento estudiantil se reenclaustre, reflexionando en los patios universitarios, mascullando allí sus frustraciones, evitando potenciales movilizaciones en las calles. Al día siguiente de su victoria, Boric envió una señal en entrevista con La Tercera, que en Palacio podrían interpretar dentro de esa línea. “Llamo a no tener miedo. Las formas de movilización deben ser funcionales a objetivos políticos. Los paros pueden servir o no, no se trata de un juego, donde el que está más tiempo en paro es más revolucionario. Creemos (en ellos) en la medida que sirvan para presionar, para avanzar como movimiento. En la medida que no sirvan, tenemos que reinventarnos”.
Eso es lo que más añoran en La Moneda, que el conflicto estudiantil se desarrolle intramuros, que no salga a las calles; que los secundarios no se tomen más liceos. Al Gobierno le conviene que el tema “educación” retome su carácter sectorial, que deje de ser tan transversal como ha sido hasta hoy. No obstante, en el mismo medio Boric desalienta al Ejecutivo y alarga la mecha: “Nuestro énfasis el próximo año será fortalecer los lazos y la organización, en conjunto con trabajadores, pobladores, secundarios y compañeros de las universidades privadas, y a todos los que quieran transformar este país”. Mala noticia para Piñera.
Hasta antes de la irrupción de Camila Vallejo –y de toda la generación de nuevos dirigentes Jackson, Ballesteros, Figueroa–, la ciudadanía se mantenía ajena al sentir de los estudiantes. La “revolución pingüina” de 2006, aparte de contar con las simpatías de la gente, no logró obtener de ésta el grado la complicidad y compromiso que sí lograron las movilizaciones de 2011. ¿Qué hace la diferencia entre uno y otro proceso? La clave es que el movimiento estudiantil de este año involucró a la sociedad civil, redefiniendo las demandas estudiantiles como demandas sociales. “Esto nos afecta a todos”. Léase al 80 por ciento de la población que siente que ya es suficiente, que el sistema imperante es el causante de los problemas que afectan a la mayoría de los chilenos, y que éste es ineficiente para solucionarlos; que la desigualdad es de tal magnitud que ya no hay bolsillo que la resista. En suma, que la cosa no da para más.
Los pueblos suelen enfrentar la injusticia de diversas maneras. Algunos se acostumbran a vivir dentro de ella, como los países africanos. Otros, subvierten su realidad dándole forma de lucha armada. Otros se dan espacio y tiempo para resolver sus diferencias. Otros son civilizados, tienen mínimas injusticias. Chile está a medio camino entre el acostumbramiento y la revolución no violenta. En la frontera de ambas opciones flamea una bandera con una palabra siniestra: “Diálogo”. De sordos, pero diálogo al fin. El único problema es que las nuevas generaciones de chilenos no quieren correr la misma suerte que nuestros hermanos africanos y tampoco creen en el desarrollo prometido porque lo consideran inviable. Sin embargo, Chile dialoga, conversa, se enreda, promete, miente, olvida, perdona, confía y luego desconfía. Y seguimos donde mismo. Ingrávidos. Hasta ahora.
Hoy los estudiantes no están disponibles para la promesa electoral incumplida. No están dispuestos a seguir siendo engañados como fueron sus padres, sus abuelos. Ellos quieren y pueden cambiar el curso de su historia. Se sienten protagonistas y se saben capaces de subvertir su realidad. Ya no les interesa escuchar a los políticos. Desprecian la forma cómo se hace política a partir del engaño. Sus pulsiones son menos vulnerables, son más materiales, más concretas. Quieren soluciones y no promesas. El tiempo de la señora Juanita, esa invención laguista de la vieja ignorante, maloliente, ingenua, tonta, a la que había que explicarle con manzanitas, “poblacional”, sin rostro, sin domicilio, ya pasó. Las movilizaciones estudiantiles la rescataron de su despeñadero, la incluyeron, la visibilizaron, y sobre todo, la reconocieron como persona, como sujeto de derecho.
Ahora la señora Juanita se llama Juana y se apellida Vallejo, trabaja en la fábrica, en la oficina, en el hospital, en la escuela, en el almacén, en la vereda ambulante, tiene rostro de pueblo ofendido y marginado que se hastió del abuso, vive en las casas de todos los estudiantes en la piel de cada madre endeudada y desesperada. Es persona, no un mito urbano construido para significar a esa masa amorfa llamada “pueblo”, que compraba naranjas.
La señora Juanita Vallejo, a diferencia de la señora Juanita de Lagos, no está para la caricatura y el menosprecio del político que siente que le puede prometer todo a cambio de su voto. Juanita Vallejo es mucho más exigente, no está ni ahí con las migajas del alcalde de turno, quiere que la escuchen y que no la abusen en el supermercado o en la multitienda, se hartó que la manoseen en el Transantiago, no está dispuesta a seguir engordando el patrimonio del dueño de la universidad donde su hijo lucha por una profesión que lo saque de la pobreza. Juanita Vallejo ya no es el rostro de la ingenuidad, es la cara más dura de la desconfianza.
El mérito de Camila Vallejo es haber apellidado el anonimato de los chilenos ignorados e indignados. Hoy, más que antes, la gente de la calle opina, entiende que la están vulnerando. Ese es el miedo al que el Gobierno teme enfrentarse. En La Moneda deben tomar conciencia que cuando la ciudadanía se empodera, es decir, cuando toma conciencia que la soberanía radica en ella, y que su delegación no implica enajenación, la cosa se pone cuesta arriba, porque, cuando los NN se toman en serio ese atributo de la personalidad tan importante como es el nombre y el apellido, es muy difícil seguir siendo parte del rebaño obsecuente, donde todo se ve igual. Camila le puso pan a la masa crítica, haciendo que los NN espabilen, que despierten de su letargo consumista, que sientan que ellos son los protagonistas, y que alcen el puño para decir ¡basta ya, esto tiene que cambiar!

lunes, 12 de diciembre de 2011

¿Concertación RIP o bacheletismo a la vena?

Patricio Araya G.
Periodista

Que el nuevo presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Gabriel Boric, manifieste en su primera declaración en los medios que no está ni ahí con los partidos políticos, y de paso instale un discurso anti Bachelet, por supuesto que suena como arpa vieja en los sensibles oídos concertacionistas. El presidente del PS Osvaldo Andrade, respondió los parabienes del dirigente estudiantil con otro “no estoy ni ahí”: Bachelet no necesita comandos juveniles. Fuerte, muy fuerte. Soberbio. Andrade debe estar en la lógica del “envejecimiento parlamentario”. Desde su perspectiva, los políticos tienen un solo norte: llegar al poder y allí sentarse a esperar la carroza. Él está lejos de la idea de renovación. Una prueba palpable es la falta de liderazgos juveniles en sus filas. A lo que debe sumarse la absoluta incapacidad de generar nuevas apuestas presidenciales.
En la última elección de la FECH no hubo candidatos socialistas –no porque no haya estudiantes socialistas en la Universidad de Chile, sino porque su orgánica partidaria es incapaz de concebir un proyecto y hacer que la comunidad universitaria lo valide. Sólo hubo representantes de la derecha, de la “Jota”, y autónomos o independientes. La falta de savia nueva es evidente. A los dinosaurios nunca les preocupó su descendencia. Los partidos de la ex Concertación han dejado de tener injerencia social por una cuestión tan elemental como es su absoluta incapacidad de apostar a la renovación generacional; aunque, en honor a la verdad, se trata de un mal que afecta a la política de modo transversal. Basta revisar la constitución de ambas cámaras del Congreso para darse cuenta que hay una generación de veteranos en ejercicio, muchos de ellos electos en 1989, es decir, personajes que llevan 21 años viviendo a costa de los chilenos, sin más aportes que su sola presencia, algunos de ellos saltando de la Cámara de Diputados al Senado, como si fuera un paso de la enseñanza primaria a la secundaria.
Pero, en fin, están allí y morirán allí. Cuando el diputado Osvaldo Andrade se hace partícipe de esa lógica de denostar a la juventud, menospreciando su rol en la sociedad libertaria que él mismo asegura defender, sólo confirma que el mundo político es para mayores de edad, y que los muchachos no estarían preparados para manejarse en clave política. No sólo eso: desconoce de una sola plumada el proceso formativo que implica la discusión de ideas al interior del claustro. Se entiende que el senador Camilo Escalona, que nunca pasó por un aula universitaria, mire con recelo a la juventud ilustrada, pero Andrade se formó como profesional y como dirigente al interior de una facultad de derecho.
¿Cuál será la estrategia de la ex Concertación frente al surgimiento de los nuevos liderazgos universitarios, considerando actitudes como la de Andrade? Pensar que a fuerza de pachotadas como las del diputado socialista se puede abofetear a un dirigente universitario y pasar piola, raya en la estupidez política. La ex Concertación es una entelequia que ya descansa en paz. Sus restos son velados por quienes alguna vez le dieron forma, fama y sentido. La forma –pregonaban– era inclusiva, o intentaba serlo, pese a la cultura del codazo, del nepotismo y del amiguismo; la fama se la ganaron en la calle y en los medios convenciendo al país que lo de ellos era la transformación social, pero no fueron más que meros administradores de un modelo que juraban odiar y que terminaron perfeccionando con ellos adentro; el sentido no era malo –conducir al país al desarrollo mediante el crecimiento con igualdad–, sólo que nunca se prepararon para la alternancia, y cuando les tocó cruzar la verdea, no les quedó más que la nostalgia de sus mejores días.
El historiador británico Eric Hobsbawm introduce la noción de “presente permanente” en clara alusión a la juventud que prescinde del pasado. Durante dos décadas en la Concertación se ocuparon del presente y del pasado, mas no del futuro. Tal vez ya existía conciencia de la finitud del conglomerado, y había que aprovechar el momento. Eso puede entenderse porque entonces muchos de ellos eran jóvenes a los que no les preocupaba nada más que el presente, la construcción de máquinas de poder; sin embargo, llama la atención que las generaciones más experimentadas no tuvieran en cuenta la gravedad que implicaba no alimentar el futuro. La Concertación expiró porque nadie se preocupó de renovarla, de inyectarle esa energía que sólo da la juventud, la única capaz de imaginar el futuro.

Por ello es comprensible el actual estado de ánimo de sus dirigentes: rebelarse ante los cambios que nunca hicieron, y que hoy se hallan en manos de las generaciones ajenas en las que ellos no tienen parte. Hoy el conglomerado carece de una generación de recambio. Los nuevos liderazgos no le pertenecen, son jóvenes que la desprecian y quieren mantenerse alejados de un mundo que los marginó, y que sólo los incluye desde la retórica discursiva, desde el panfleto. A la ex Concertación sólo le resta volver la vista a un pasado que le dio gloria y bienestar. Es aquí donde se entiende la vocación bacheletista de la que se encuentra empoderada.

Dado que la ex Concertación carece de futuro, no tiene más que apostar a una carta segura como Michelle Bachelet, que bien podría devolverle el protagonismo que por sí sola no es capaz de sustentar. Se equivoca el presidente del Partido Socialista cuando asegura que Bachelet no necesita comandos juveniles. Todo lo contrario, hoy, más que ayer, la ex mandataria requiere de una fuerza social organizada, pensante, crítica, hábil. A Bachelet podría llegar a incomodarle esa pléyade de veteranos sordomudos y cegatones, que fueron incapaces de leer los cambios que su gobierno estaba proponiendo al país, y que implicaban darles continuidad. Por el contrario, ellos se lanzaron a la lucha fratricida de apostar por la exclusión, apoyando un candidato cojo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La “derrota” de Camila

Patricio Araya G.
Periodista

De haber apostado cuál sería el titular de La Segunda –y en general la estrategia comunicacional del duopolio periodístico chileno– en caso de un resultado adverso para Camila Vallejo en las elecciones de la Fech, hoy estaría cobrando alguna recompensa. Era demasiado previsible que ese medio destacaría la “derrota” de la dirigente estudiantil y no el triunfo de su competidor –como si el resultado en sí mismo la marginara de la mesa directiva–, que sólo había que tener la paciencia de esperar la edición del jueves 7 de diciembre, y certificar el titular: “Derrota de Camila Vallejo en la Fech: Lo que hay detrás”.
Si la derrota a la que se refiere La Segunda tiene como principal acepción el acto de ser derrotado en justa lid, la lectura no debería desatar sospecha alguna. Ser eso y nada más que eso: dar cuenta del resultado de una elección al interior de la universidad más importante del país. Sin embargo, en el periodismo no existe la ingenuidad lingüística. Teun van Dijk nos enseña a través del análisis a sospechar de todo aquello que se oculta tras un discurso. ¿Qué hay detrás del titular de La Segunda?
La Segunda eleva el resultado de la elección de la Fech a la categoría de titular innecesario, exagerado, vengativo, replegando al triunfador al epígrafe, destacando, de paso, su actitud talibán: “Boric venció con discurso crítico a los políticos, al PC y Bachelet”. El vespertino no deja pasar la oportunidad de humillar a la derrotada, demostrando que siempre es posible utilizar un medio de comunicación propio para ejercer el derecho a elegir la música en virtud del precio que se paga por ella. Así, el grupo Edwards le factura a Camila Vallejo su arrojo demostrado durante este año 2011 frente al gobierno y los empresarios que lucran con la educación. Es, sin duda, un acto de desagravio que esperaba en la imprenta. Ya habrá tiempo y espacio para ocuparse de Gabriel Boric, el nuevo “revoltoso”.
No cabe duda que existe una estrategia comunicacional de La Segunda hacia la dirigente universitaria. Estrategia un poco menos violenta que la implementada durante la Operación Colombo de 1975, cuando aquélla informó de la suerte de 119 detenidos desaparecidos, titulando “EXTERMINADOS COMO RATONES”, pero igual de macartista y obsesiva, y que pretende deslegitimar su representatividad en el ámbito universitario relevando su militancia en las Juventudes Comunistas, como si aquello fuera algo ilegal o peligroso. Eso es macartismo puro.
La estrategia del medio de ahora en adelante será convertir a Camila Vallejo en un producto desechable que ya cumplió un ciclo, que basta ya, que una nueva presidencia de la Fech habría sido too much para el funcionalismo que tan bien le asienta a la correcta marcha de la nación. Las Últimas Noticias (otro vástago del grupo editorial) ha hecho vanos esfuerzos por relegarla al mundo de la farándula televisiva, donde la prensa amarilla podría hacer el resto. Tal vez ahora vuelvan a la carga.
No obstante que Camila Vallejo obtuvo 1.868 votos, lo que la convierte en la candidata más votada de la Fech, pues, Gabriel Boric sólo alcanza 1.318 preferencias, su lista fue desplazada de la presidencia al obtener 3.864 votos contra los 4.053 de lista Creando Izquierda. Desconocer el apoyo obtenido por Vallejo en esta ocasión, no tiene otro propósito que desperfilar su impronta y futuro políticos. Para ello, la prensa afín al gobierno no ha dudado en transformar “la derrota” en un acto mediático en sí mismo, cuyo valor periodístico no es otro que el resultado de la elección (tal como las entregas de resultados de la encuesta CEP, en la víspera de las presidenciales de 2009), dejando de lado cualquier otra consideración, por válida que sea, como la importante participación de 14 mil estudiantes en una instancia que ya se quisiera el país, fruto del impacto que produce un liderazgo como el que han protagonizado los estudiantes durante todo el año, poniendo a la educación como centro de las preocupaciones de los chilenos; ejercicio democrático libre de temores que es capaz de poner en juego todas sus opciones, sin buscar más garantías que el cumplimento de la reglamentación electoral de la federación.
Perder una elección en el mundo universitario, es ganar una oportunidad de seguir luchando para validarse lo antes posible, a fuerza de ideas y proyectos, a diferencia del resto del país que excluye sin posibilidad de entrar a la fiesta. La derrota de Camila no es tal; de hecho, ella continúa siendo pieza fundamental en el engranaje de la nueva directiva universitaria. A partir de hoy, ella deja la presidencia y se convierte en la segunda en importancia en esa organización. Entonces, ¿por qué tanto alboroto? Mejor sospechemos del ruido más que de las nueces. Los chilenos estamos acostumbrados a lo previsible. Era “lógico”, que tras su irrupción en la escena política, convertida en líder y figura del movimiento universitario, Camila tuviera asegurada su reelección, pero, en la Chile eso demostró ser muy diferente. ¡Por suerte!
La lección que los estudiantes de la Casa de Bello le dan al país en esta oportunidad tiene varias lecturas: primero, la voluntad política de dar cabida a todas las expresiones que anhelan llegar a la Fech, una cultura democrática a imitar; segundo, no tener miedo a perder, porque, entre otras cosas, allí no hay dietas ni privilegios; tercero, hacer que un país entero los observe con respeto y esperanza, sin la sospecha del chanchullo permanente ni la promesa irrealizable; cuarto, el noble deseo de construir institucionalidad con sentido, y luego proyectarla hacia un país que la requiere con urgencia; quinto, que es muy diferente un proceso eleccionario cuando éste se realiza entre pares, es decir, entre personas que tienen la misma educación, no como sucede con Chile, donde la falta de educación de una mayoría, es el caldo de cultivo para fraguar el abuso de una minoría; sexto, que el momento de las dos coaliciones políticas que se han repartido el país, tras el término de la dictadura, ya pasó. Ahora es la juventud ilustrada la que debe pasar al frente. Chile no merece tener un diputado como René Alinco, u otros que apenas tienen licencia de enseñanza media. Aquí se requiere un poco de lápiz.
¿Qué hay detrás de la derrota de Camila Vallejo en la Fech?, se pregunta La Segunda. Miedo. Sólo miedo. Una gran incertidumbre para quienes se sienten intocables. Si en La Moneda leyeron la “derrota” como un problema menos para el próximo año, están más equivocados que los mayas. No habrá fin de mundo, habrá cambio de mundo. El mundo universitario que Camila y los otros dirigentes han develado en el último tiempo, le ha demostrado al país algo muy importante: no hay que tener miedo a exigir nada, no hay que temerle a los cambios, porque lo único seguro que existe en esta vida, es que las cosas cambian.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El salmón noruego sabe mejor

Patricio Araya G.
Periodista

A veces uno se pregunta qué es esto de clasificar a las personas en términos más propios de la taxidermia que de la sociología, según el orden e importancia que éstas ocupan en la sociedad, y lo que es más determinante, el lugar que a cada uno corresponde en ese ethos posmoderno llamado “mercado”, una suerte de supra sociedad dotada de poderes incontrarrestables, y a juzgar por el curso de los actuales acontecimientos, irreversibles.

Desde luego, cualquier diferenciación entre los seres humanos es odiosa, pues, en rigor, somos todos miembros de una misma especie, aunque, en desmedro de la demagogia, bien sabemos que ello implica ciertos matices muy poderosos que operan en sentido contrario, como el nivel educacional, el origen étnico, los ingresos monetarios, los lugares de residencia, los contactos, la heráldica.

No obstante la persistencia con que afloran esas diferenciaciones, aún cabe preguntarse qué tan ciertas son, pues, en la práctica, sólo inducen a confusión, nutriendo el paradigma de la falsa homeostasis social. Así, por ejemplo, cuando se habla del estrato ABC1 se lo hace pensando en los ricos (los AA), o en los más próximos a la riqueza (los B y los C1); luego siguen los C2, C3 hasta llegar a los D (una categorización calcutense). Pero, más que el establecimiento de un “orden” socioeconómico que permite el funcionamiento del sistema, lo que hoy tenemos en Chile es un “consenso” tácito de un modelo impuesto, cuyo único propósito es mantener un statu quo facilitador de la riqueza y de la pobreza. La estructura socioeconómica actual del país sólo permite una sola gran diferencia: ricos y pobres. Más ricos, menos ricos; más pobres, menos pobres.

Se es rico cuando se tiene todo, y se es casi rico cuando se tiene casi todo. A contrario sensu, se es pobre cuando no se tiene ni siquiera lo básico, y se es casi pobre cuando apenas se tiene lo básico. Eso de la clase media como el jamón del sándwich que le da sabor y color a la marcha económica del país –con todas las formas y explicaciones que se le den para moldearla como entidad–, no es más que una antojadiza triquiñuela del sistema de clasificación taxonómica. La clase media es gaseosa, a diferencia de la solidez de la pobreza y de la riqueza.

El paradigma anterior a los años setenta que sostenía que Chile era un país pobre, con escasa escolaridad y serios problemas de alimentación y de salud, y carencia de viviendas, se desplomó hace mucho rato, a manos del crecimiento económico y del auge de las exportaciones y de la masividad de las importaciones, o como llaman los entendidos, debido a la “expansión del mercado”. Todo lo cual –se supone– derivó en un nuevo paradigma, esta vez más ridículo e inmoral: Chile tiene un ingreso per cápita de US$ 15 mil. ¿Quién es estará quedando con los 75 mil dólares de mi familia?

Sin embargo, debido a la consabida mala distribución del ingreso, aún no podemos superar la barrera entre crecimiento y desarrollo. Por lo tanto, todavía deberíamos considerarnos un país pobre, a cuya cabeza existe una selecta clase de ricos. En virtud de lo anterior, lo que hoy tenemos en Chile es una sociedad de unos pocos ricos y una gran cantidad de pobres. Polaridad social que nos mantiene en permanente y creciente conflicto. La supuesta clase media no existe. Ella es una ficción destinada a separar a ricos y pobres. En una escala de 1 a 10 los ricos se ubicarían del 1 al 5, y los pobres empezarían en el 6. Se trata, en síntesis, de matices de riqueza y matices de pobreza.

Hace unos días se conoció el Índice de Desarrollo Humano (IDH) entregado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que sitúa a Noruega como el país de mejor calidad de vida entre 187 naciones evaluadas a nivel mundial. Chile ocupa el lugar 44. Lo curioso es que el informe del PNUD ubica a nuestro país en el mismo grupo que Noruega, es decir, en aquellos con un “muy alto” nivel de IDH, grupo que integran potencias económicas como Estados Unidos, Alemania, Japón y otros de primer orden, y que completa Barbados en el puesto 47. Los otros tres grupos incluyen a países con “alto” nivel (del 48 al 94), “medio” (del 95 al 141) y “bajo” (del 142 al 187).

¿Por qué Chile pertenece a ese conjunto de países desarrollados, si todos sabemos que nos falta mucho para eso, y tal vez nunca lo logremos? La respuesta, con toda seguridad, debe ser más compleja que la pregunta. Noruega está en el primer lugar por una razón tan simple como que eliminó la pobreza distribuyendo la riqueza, no repartiendo bonos en los campamentos ni engordando el asistencialismo que tantos réditos da al mundo político, sino invirtiendo sus ingresos (crecimiento económico) en las personas y en la institucionalidad social (desarrollo humano).

Su población puede dormir tranquila porque sabe que el crecimiento económico se traduce en desarrollo humano. El Estado garantiza educación, salud, vivienda, seguridad social. La única vía que explica este “milagro” es la altísima carga tributaria que paga el capital. No existe otro misterio.

Mientras Chile mantenga el modelo de crecimiento sin distribución, que sólo sustenta a la riqueza en perjuicio de la pobreza, es imposible que escalemos en el IDH. Pensarlo de otra manera, es no querer ver la realidad, y hacer de ella un relato acomodaticio, que más que justificar la riqueza, justifica la existencia de la pobreza como sostén de aquélla.

En resumen, Chile no tiene clase media, sino distintos estratos de pobreza que aspiran a la riqueza, ello debido al alto endeudamiento de quienes son bombardeados a diario con la idea de acumular bienes, entre los cuales se pondera a la educación como importante bien de consumo, a la altura de plasmas LED o condominios enrejados, y no en mejorar su calidad de vida, cuestión de la que se ocupa el verdadero desarrollo humano.

Si tenemos fiordos tan hermosos y salmones de tan buena calidad como los noruegos, ¿por qué no nos deshacemos de la pobreza y repartimos la riqueza como ellos, antes de fagocitarnos entre nosotros mismos?