lunes, 1 de agosto de 2011

El juego de la biroka
Patricio Araya G.
Periodista

Que una sola persona pueda elegir dos senadores en dos regiones diferentes, según su gusto personal y/o compromisos varios –no en la urna, sino en la intimidad de su escritorio, como hizo el presidente de la UDI Juan Antonio Coloma, al “timbrar” a la ex vocera Ena von Baer y al ahora ex diputado Alejandro García-Huidobro como reemplazantes de los nuevos ministros Pablo Longueira y Andrés Chadwick–, más que un debate para un par de semanas, debería causarnos mucho más que vergüenza cívica. En rigor, debería impulsarnos a apagar la luz y cerrar la puerta por fuera, es decir, deberíamos ejercer nuestro derecho a la apostasía política, y renunciar al manoseado “derecho a voto”; sin embargo, es imposible borrarse de los registros electorales, estamos condenados a morir inscritos allí, como en el Registro Civil. Nos guste o no.
Más que un mecanismo que se ha validado en los siniestros pasillos del mundillo político chilensis, la designación de reemplazantes en el Poder Legislativo es un mal chiste de nuestra endeble democracia a medias, obtusa, tímida, tuerta. Hacerlo de esa laya es decirle al elector de a pie que su voto vale hongo, y que a la primera oportunidad de demostrárselo los partidos no trepidan en transformar su cédula electoral en papel higiénico. Dicha acción se encuentra en el límite de la legalidad y la legitimidad. En rigor, aunque es un acto legal, es ilegítimo, pues vulnera la delegación de soberanía popular que hace el ciudadano al transferir su representatividad en un parlamentario, quien ante un ofrecimiento de mayor trascendencia (digamos, figuración), no duda en cambiarse al Ejecutivo, importándole un pepino la opinión de los que lo llevaron al Parlamento.
Si esto no es una crisis de la representatividad popular, es decir, si la designación en privado de parlamentarios entre cuatro paredes no es el colapso del sistema binominal imperante, que frustra a las mayorías en favor de los menos votados, ¿qué es entonces? Una bendición de propia mano, o del alto cielo para algunos, como la que “favoreció” al presidente de Renovación Nacional Carlos Larraín, quien, increíble pero cierto, tomó la decisión de auto designarse senador en reemplazo de Andrés Allamand, por una zona que no le reconoce representatividad ni legitimidad. También han sido beneficiados en su momento Felipe Harboe, quien asumió como diputado por Santiago tras el nombramiento de Carolina Tohá en la vocería del gobierno de Michelle Bachelet; la fallecida María Rozas (en reemplazo de Manuel Bustos), Lily Pérez (por Pedro Pablo Álvarez-Salamanca), Marcelo Schilling (por Juan Bustos), Joel Rosales (por Juan Lobos), sin haber tenido arte ni parte en la respectiva elección en que fueron elegidos los reemplazados.  
El único mérito de los beneficiados por este juego de la biroka es estar en el lugar preciso y en el momento adecuado, es decir, estar dentro del halo de poder del partido y caerle bien al jefe. Eso es todo. Si hay algo que importa muy poco en este caso es la mentada soberanía y mucho menos unos pelagatos –léase “electores”– que presumen de influyentes a la hora de sufragar. Lo que hace el sistema establecido para reemplazar parlamentarios fallecidos o cambiados al gobierno –tal como está ocurriendo en Chile– va mucho más allá de la mera vulneración democrática y del ninguneo del electorado, ello atenta contra la libertad de expresión de un pueblo que presume de libertario e independiente. Al cabo, ni libertario ni independiente, sino todo lo contrario.
Pero como la desvergüenza es un antídoto que sirve para todo, en el caso de la designación parlamentaria, ésta resulta útil para aumentar en los políticos sus niveles de aplomo a la hora de tomar este tipo de decisiones que afectan la voluntad de la ciudadanía, y también sirve para disminuir sus problemas de conciencia (si es que los tienen), en especial, a la hora de dar explicaciones en época de campaña.
Se ha dicho hasta el cansancio que una elección complementaria es un proceso muy complicado, costoso; esta demodé. Aquello pareciera ser de otro tiempo, como cuando el parecer del electorado importaba algo y la vergüenza todavía tenía carácter de sanción moral. Hoy, en cambio, nadie se arruga en saltarse las normas del buen y correcto procedimiento.
Véase el entuerto que se armó en la comuna de La Florida para elegir al sucesor del renunciado alcalde socialista Jorge Gajardo. En el ámbito municipal la regla es clara: el sucesor debe ser el concejal más votado. No obstante, como las malas costumbres se pegan como la sarna, el Concejo floridano intentó emular la sustitución parlamentaria de moda y quiso instalar en la alcaldía a un militante de las mismas filas concertacionistas que Gajardo. Al final, tras varias sesiones frustradas, y muy a contrapelo, se impuso la regla y se eligió al concejal más votado, el UDI Roberto Carter.
Pero como Chile es un país innovador en materia democrática –sobre todo en el marco de una democracia acomodaticia– a nadie debería extrañar que uno de estos días presenciemos un enroque monumental: Piñera preside la Corte Suprema, y el presidente de ésta, Milton Juica, asume la presidencia del Senado, y el presidente de éste, se cala –saltándose una elección que jamás ganará–, la banda tricolor. Todos felices. Uno más que todos. Así es el juego de la biroka, al que le toca, le toca.

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