viernes, 16 de diciembre de 2011

Señora Juanita Vallejo

Patricio Araya G.
Periodista

El reciente triunfo de Gabriel Boric en la FECH, bien podría leerse como un triunfo para el Presidente Sebastián Piñera y su ministro de Educación, en tanto ambos se sacan de encima a la “mediática” Camila Vallejo, apostando a que el movimiento estudiantil se reenclaustre, reflexionando en los patios universitarios, mascullando allí sus frustraciones, evitando potenciales movilizaciones en las calles. Al día siguiente de su victoria, Boric envió una señal en entrevista con La Tercera, que en Palacio podrían interpretar dentro de esa línea. “Llamo a no tener miedo. Las formas de movilización deben ser funcionales a objetivos políticos. Los paros pueden servir o no, no se trata de un juego, donde el que está más tiempo en paro es más revolucionario. Creemos (en ellos) en la medida que sirvan para presionar, para avanzar como movimiento. En la medida que no sirvan, tenemos que reinventarnos”.
Eso es lo que más añoran en La Moneda, que el conflicto estudiantil se desarrolle intramuros, que no salga a las calles; que los secundarios no se tomen más liceos. Al Gobierno le conviene que el tema “educación” retome su carácter sectorial, que deje de ser tan transversal como ha sido hasta hoy. No obstante, en el mismo medio Boric desalienta al Ejecutivo y alarga la mecha: “Nuestro énfasis el próximo año será fortalecer los lazos y la organización, en conjunto con trabajadores, pobladores, secundarios y compañeros de las universidades privadas, y a todos los que quieran transformar este país”. Mala noticia para Piñera.
Hasta antes de la irrupción de Camila Vallejo –y de toda la generación de nuevos dirigentes Jackson, Ballesteros, Figueroa–, la ciudadanía se mantenía ajena al sentir de los estudiantes. La “revolución pingüina” de 2006, aparte de contar con las simpatías de la gente, no logró obtener de ésta el grado la complicidad y compromiso que sí lograron las movilizaciones de 2011. ¿Qué hace la diferencia entre uno y otro proceso? La clave es que el movimiento estudiantil de este año involucró a la sociedad civil, redefiniendo las demandas estudiantiles como demandas sociales. “Esto nos afecta a todos”. Léase al 80 por ciento de la población que siente que ya es suficiente, que el sistema imperante es el causante de los problemas que afectan a la mayoría de los chilenos, y que éste es ineficiente para solucionarlos; que la desigualdad es de tal magnitud que ya no hay bolsillo que la resista. En suma, que la cosa no da para más.
Los pueblos suelen enfrentar la injusticia de diversas maneras. Algunos se acostumbran a vivir dentro de ella, como los países africanos. Otros, subvierten su realidad dándole forma de lucha armada. Otros se dan espacio y tiempo para resolver sus diferencias. Otros son civilizados, tienen mínimas injusticias. Chile está a medio camino entre el acostumbramiento y la revolución no violenta. En la frontera de ambas opciones flamea una bandera con una palabra siniestra: “Diálogo”. De sordos, pero diálogo al fin. El único problema es que las nuevas generaciones de chilenos no quieren correr la misma suerte que nuestros hermanos africanos y tampoco creen en el desarrollo prometido porque lo consideran inviable. Sin embargo, Chile dialoga, conversa, se enreda, promete, miente, olvida, perdona, confía y luego desconfía. Y seguimos donde mismo. Ingrávidos. Hasta ahora.
Hoy los estudiantes no están disponibles para la promesa electoral incumplida. No están dispuestos a seguir siendo engañados como fueron sus padres, sus abuelos. Ellos quieren y pueden cambiar el curso de su historia. Se sienten protagonistas y se saben capaces de subvertir su realidad. Ya no les interesa escuchar a los políticos. Desprecian la forma cómo se hace política a partir del engaño. Sus pulsiones son menos vulnerables, son más materiales, más concretas. Quieren soluciones y no promesas. El tiempo de la señora Juanita, esa invención laguista de la vieja ignorante, maloliente, ingenua, tonta, a la que había que explicarle con manzanitas, “poblacional”, sin rostro, sin domicilio, ya pasó. Las movilizaciones estudiantiles la rescataron de su despeñadero, la incluyeron, la visibilizaron, y sobre todo, la reconocieron como persona, como sujeto de derecho.
Ahora la señora Juanita se llama Juana y se apellida Vallejo, trabaja en la fábrica, en la oficina, en el hospital, en la escuela, en el almacén, en la vereda ambulante, tiene rostro de pueblo ofendido y marginado que se hastió del abuso, vive en las casas de todos los estudiantes en la piel de cada madre endeudada y desesperada. Es persona, no un mito urbano construido para significar a esa masa amorfa llamada “pueblo”, que compraba naranjas.
La señora Juanita Vallejo, a diferencia de la señora Juanita de Lagos, no está para la caricatura y el menosprecio del político que siente que le puede prometer todo a cambio de su voto. Juanita Vallejo es mucho más exigente, no está ni ahí con las migajas del alcalde de turno, quiere que la escuchen y que no la abusen en el supermercado o en la multitienda, se hartó que la manoseen en el Transantiago, no está dispuesta a seguir engordando el patrimonio del dueño de la universidad donde su hijo lucha por una profesión que lo saque de la pobreza. Juanita Vallejo ya no es el rostro de la ingenuidad, es la cara más dura de la desconfianza.
El mérito de Camila Vallejo es haber apellidado el anonimato de los chilenos ignorados e indignados. Hoy, más que antes, la gente de la calle opina, entiende que la están vulnerando. Ese es el miedo al que el Gobierno teme enfrentarse. En La Moneda deben tomar conciencia que cuando la ciudadanía se empodera, es decir, cuando toma conciencia que la soberanía radica en ella, y que su delegación no implica enajenación, la cosa se pone cuesta arriba, porque, cuando los NN se toman en serio ese atributo de la personalidad tan importante como es el nombre y el apellido, es muy difícil seguir siendo parte del rebaño obsecuente, donde todo se ve igual. Camila le puso pan a la masa crítica, haciendo que los NN espabilen, que despierten de su letargo consumista, que sientan que ellos son los protagonistas, y que alcen el puño para decir ¡basta ya, esto tiene que cambiar!

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