Cerro Navia: Los 11 km2 más
codiciados de la política chilena
Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon
El día que Luis Plaza asumió por primera vez la alcaldía de
Cerro Navia (6/12/2008), era inevitable pensar que la entonces oposición,
utilizaría esa oportunidad para sembrar allí las semillas que había guardado
durante veinte años en el cajón. Semillas que germinarían el progreso, la
justicia, la paz social, y que desterrarían la corrupción y los abusos, y bla
blá. Sin embargo, los 11 kilómetros cuadrados en los que se emplaza la comuna, ese
día multiplicaron por dos su condición de tierra fértil para la demagogia y el
populismo; territorio donde la derecha al fin podría ensayar sus políticas
públicas, sus dádivas, sus bonos, y bla blá. Todo lo que antes había visto
hacer a otros, ahora podía hacerlo ella.
Por lo mismo, se esperaba que Renovación Nacional
convirtiera ese municipio en un paradigma de buena gestión, el mejor ejemplo de
las buenas prácticas, capaz de simbolizar la transparencia y el liderazgo de un
municipio 2.0; una suerte de laboratorio de lo que planeaba hacer la Alianza en
caso de que Sebastián Piñera llegara a La Moneda. La idea no era mala. El único
problema es que esa idea era demagógica, como tantas cosas que se hacen en esa
comuna desde su fundación en 1981.
A simple vista, la tarea era fácil: sólo había que dotar al
nuevo alcalde de un equipo de buenos profesionales que se sumara a los ya
existentes, sacar a uno que otro mal funcionario, o trasladar a los corrales
municipales a algunos girardistas incondicionales, y la cosa era cortar y salar.
En rigor, la cabeza que dirigió la municipalidad durante 14 años era la mala,
no los funcionarios, por lo que esa entidad no requería grandes cambios para
funcionar bien. Para la derecha, Cerro Navia era un pequeño Chile. Si el ex
concejal, ahora como alcalde, lo hacía bien, miel sobre hojuelas. Lo siguiente
era amplificar ese buen resultado a nivel país. Y a cobrar.
Ello hizo que muchos pensaran que Renovación Nacional,
partido donde milita el acalde Luis Plaza, se instalaría con camas y petacas en
la municipalidad, con el fin de evitar que éste, producto de su baja
escolaridad, se viera involucrado en errores administrativos, o en desaciertos
políticos. Se suponía que RN no dejaría pasar una oportunidad por la que había
esperado desde 1992; la derecha estaba frente al desafío de demostrarle a la
Concertación que podía hacerlo mejor que ella en una comuna pobre, y que
contaba con las mejores personas para superar el reto. Pero, no fue así.
A poco andar, RN abandonó a su flamante alcalde, y de los
supuestos apoyos especializados, nunca se supo. El propio Mario Desbordes, jefe
de gabinete de Luis Plaza, renunció para asumir como secretario general de la
directiva encabezada por Carlos Larraín, abandonando a su suerte al pobre
alcalde, quien no tardó en hacerse acreedor de críticas y malas evaluaciones.
Luis Plaza no tenía dedos para el piano, pero tampoco ha aprendido nada útil durante
sus dos períodos al frente del municipio.
Tras su reelección en octubre de 2012, el municipio sigue
siendo lo que siempre ha sido: el feudo del alcalde de turno, un edificio donde
nadie tiene mucho más que hacer que no sea someterse a la voluntad del jefe. ¿Y qué sucedió con la comuna? Nada, o muy
poco. Los habitantes de Cerro Navia continúan esperando impávidos el cambio que
tanto se les ha prometido desde 1981, cuando la comuna fue creada como un bolsón
de pobreza.
Los 11 kilómetros cuadrados y los casi 134 mil habitantes que dan forma a Cerro Navia, son el locus y el alter ego del paroxismo electoral. Por alguna extraña razón, esa tierra ultra contaminada, ubicada al poniente de la capital (antigua Barrancas, sitio de la hermosa historia del hombre Juan y la niña Herminda), estigmatizada por su pobreza, despreciada por las inmobiliarias, proveedora de nanas y jardineros, se ha convertido en un baluarte de las buenas intensiones de un enjambre de políticos de diverso cuño; todos enamorados de la comuna, de sus habitantes, de sus postes donde instalan sus propagandas; declarantes de un amor incondicional que sin embargo no alcanza para vivir en ella; ninguno de ellos tiene a sus hijos en algún colegio de Cerro Navia, ni siquiera compran la comida para el perro en la comuna.
Es curioso cómo Cerro Navia siempre sale en la tele. O
aparece como escenario de la crónica roja, o bien por los altos índices de polución.
Sin embargo, su figuración mediática más esquizoide se la dan los políticos. Desde
2008 el maestro de ceremonias es Luis Plaza. A contar de entonces, y a
propósito de nada, la comuna ha sido visitada muchas veces por el Presidente
Piñera, por casi todos sus ministros, jefes de servicio, y sobre todo, por
candidatos a algo. ¿Cuál es la razón? En Cerro Navia viven los electores más
ingenuos de Chile. Su gente es buena; ahí a nadie le facturan las promesas
incumplidas. Esto último es un valor agregado que los políticos atesoran como
talismán.
Y en eso, Luis Plaza es un gran continuador de su antecesora
–hoy diputada por el distrito. El alcalde hace lo mismo que ella y sus
parientes: utiliza a Cerro Navia y sus habitantes como insumo de campañas
políticas. Cualquiera puede ir a la comuna a prometer lo que quiera. Todos se
sienten con derecho de ir a besar a sus mujeres y de abrazar a sus viejos y de
acariciar a sus niños; los pobres son generosos y se conforman con muy poco, no
piden más que salir en la tele, o alguna cajita de mercadería, o que alguien
les pague la cuenta de la luz o el agua. No en cualquier lugar de Chile se
pueden acometer barbaridades como en esa comuna; no en cualquier comuna una
familia llega a tener al mismo tiempo concejales, alcaldes, diputados,
senadores y candidatos en barbecho, como la familia Girardi.
Cerro Navia es el lugar emblemático del populismo del
gobierno de turno, pero también, debido a su facilidad para sembrar en el
viento, es el territorio más codiciado por quienes aspiran a ganar alguna
elección. Ojalá alguno de sus habitantes lea esta columna, pese a que en el
entorno del senador de la zona están convencidos que “la gente no se mete a
internet”. O sea, es ignorante. Tal
convicción es su peor enemiga.
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