martes, 30 de julio de 2013

Cerro Navia: Los 11 km2 más codiciados de la política chilena

Patricio Araya
Periodista
@patricioaragon

El día que Luis Plaza asumió por primera vez la alcaldía de Cerro Navia (6/12/2008), era inevitable pensar que la entonces oposición, utilizaría esa oportunidad para sembrar allí las semillas que había guardado durante veinte años en el cajón. Semillas que germinarían el progreso, la justicia, la paz social, y que desterrarían la corrupción y los abusos, y bla blá. Sin embargo, los 11 kilómetros cuadrados en los que se emplaza la comuna, ese día multiplicaron por dos su condición de tierra fértil para la demagogia y el populismo; territorio donde la derecha al fin podría ensayar sus políticas públicas, sus dádivas, sus bonos, y bla blá. Todo lo que antes había visto hacer a otros, ahora podía hacerlo ella.

Por lo mismo, se esperaba que Renovación Nacional convirtiera ese municipio en un paradigma de buena gestión, el mejor ejemplo de las buenas prácticas, capaz de simbolizar la transparencia y el liderazgo de un municipio 2.0; una suerte de laboratorio de lo que planeaba hacer la Alianza en caso de que Sebastián Piñera llegara a La Moneda. La idea no era mala. El único problema es que esa idea era demagógica, como tantas cosas que se hacen en esa comuna desde su fundación en 1981.

A simple vista, la tarea era fácil: sólo había que dotar al nuevo alcalde de un equipo de buenos profesionales que se sumara a los ya existentes, sacar a uno que otro mal funcionario, o trasladar a los corrales municipales a algunos girardistas incondicionales, y la cosa era cortar y salar. En rigor, la cabeza que dirigió la municipalidad durante 14 años era la mala, no los funcionarios, por lo que esa entidad no requería grandes cambios para funcionar bien. Para la derecha, Cerro Navia era un pequeño Chile. Si el ex concejal, ahora como alcalde, lo hacía bien, miel sobre hojuelas. Lo siguiente era amplificar ese buen resultado a nivel país. Y a cobrar.

Ello hizo que muchos pensaran que Renovación Nacional, partido donde milita el acalde Luis Plaza, se instalaría con camas y petacas en la municipalidad, con el fin de evitar que éste, producto de su baja escolaridad, se viera involucrado en errores administrativos, o en desaciertos políticos. Se suponía que RN no dejaría pasar una oportunidad por la que había esperado desde 1992; la derecha estaba frente al desafío de demostrarle a la Concertación que podía hacerlo mejor que ella en una comuna pobre, y que contaba con las mejores personas para superar el reto. Pero, no fue así.

A poco andar, RN abandonó a su flamante alcalde, y de los supuestos apoyos especializados, nunca se supo. El propio Mario Desbordes, jefe de gabinete de Luis Plaza, renunció para asumir como secretario general de la directiva encabezada por Carlos Larraín, abandonando a su suerte al pobre alcalde, quien no tardó en hacerse acreedor de críticas y malas evaluaciones. Luis Plaza no tenía dedos para el piano, pero tampoco ha aprendido nada útil durante sus dos períodos al frente del municipio.

Tras su reelección en octubre de 2012, el municipio sigue siendo lo que siempre ha sido: el feudo del alcalde de turno, un edificio donde nadie tiene mucho más que hacer que no sea someterse a la voluntad del jefe.  ¿Y qué sucedió con la comuna? Nada, o muy poco. Los habitantes de Cerro Navia continúan esperando impávidos el cambio que tanto se les ha prometido desde 1981, cuando la comuna fue creada como un bolsón de pobreza.

Los 11 kilómetros cuadrados y los casi 134 mil habitantes que dan forma a Cerro Navia, son el locus y el alter ego del paroxismo electoral. Por alguna extraña razón, esa tierra ultra contaminada, ubicada al poniente de la capital (antigua Barrancas, sitio de la hermosa historia del hombre Juan y la niña Herminda), estigmatizada por su pobreza, despreciada por las inmobiliarias, proveedora de nanas y jardineros, se ha convertido en un baluarte de las buenas intensiones de un enjambre de políticos de diverso cuño; todos enamorados de la comuna, de sus habitantes, de sus postes donde instalan sus propagandas; declarantes de un amor incondicional que sin embargo no alcanza para vivir en ella; ninguno de ellos tiene a sus hijos en algún colegio de Cerro Navia, ni siquiera compran la comida para el perro en la comuna.

Es curioso cómo Cerro Navia siempre sale en la tele. O aparece como escenario de la crónica roja, o bien por los altos índices de polución. Sin embargo, su figuración mediática más esquizoide se la dan los políticos. Desde 2008 el maestro de ceremonias es Luis Plaza. A contar de entonces, y a propósito de nada, la comuna ha sido visitada muchas veces por el Presidente Piñera, por casi todos sus ministros, jefes de servicio, y sobre todo, por candidatos a algo. ¿Cuál es la razón? En Cerro Navia viven los electores más ingenuos de Chile. Su gente es buena; ahí a nadie le facturan las promesas incumplidas. Esto último es un valor agregado que los políticos atesoran como talismán.

Y en eso, Luis Plaza es un gran continuador de su antecesora –hoy diputada por el distrito. El alcalde hace lo mismo que ella y sus parientes: utiliza a Cerro Navia y sus habitantes como insumo de campañas políticas. Cualquiera puede ir a la comuna a prometer lo que quiera. Todos se sienten con derecho de ir a besar a sus mujeres y de abrazar a sus viejos y de acariciar a sus niños; los pobres son generosos y se conforman con muy poco, no piden más que salir en la tele, o alguna cajita de mercadería, o que alguien les pague la cuenta de la luz o el agua. No en cualquier lugar de Chile se pueden acometer barbaridades como en esa comuna; no en cualquier comuna una familia llega a tener al mismo tiempo concejales, alcaldes, diputados, senadores y candidatos en barbecho, como la familia Girardi.

Cerro Navia es el lugar emblemático del populismo del gobierno de turno, pero también, debido a su facilidad para sembrar en el viento, es el territorio más codiciado por quienes aspiran a ganar alguna elección. Ojalá alguno de sus habitantes lea esta columna, pese a que en el entorno del senador de la zona están convencidos que “la gente no se mete a internet”.  O sea, es ignorante. Tal convicción es su peor enemiga.


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